El 30 de junio de 1985, Diana de Gales acompañó como era su costumbre a su esposo, el príncipe Carlos, a un torneo de polo en el Cirencester Polo Club, Gloucestershire. Los fotógrafos esperaban captar otro espontáneo beso en los labios, como los protagonizados en años anteriores, pero esta vez el lenguaje corporal de ambos dejó en evidencia las dudas de Diana y el desamor de Carlos.
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Este elitesco deporte es el preferido de los integrantes de la realeza británica, tanto Carlos como sus hijos William y Harry lo practican con regularidad. Pero además es un evento social, donde siempre la familia Winsord tiene un rol principal.
A través de estos torneos fue que la relación entre el heredero de la corona británica y la entonces maestra de kínder consolidaron su tímido amorío. Diana acudía a las tardes de polo, invitada por Carlos desde 1980, para admirar a su príncipe cuyas habilidades para este deporte eran reconocidas por todos.
Una vez casados, Lady Di rompió el protocolo real y besó en la boca -varias veces- a su esposo para felicitarlo durante los juegos. Fueron momentos inesperados para los presentes, acostumbrados al sobrio comportamiento de la familia real.
La sombra de Camila
Pero ya en 1985, la sombra de la amante de su marido, Camila, era muy grande para ignorarla. Aunque Diana confesaría después que desde el primer día de matrimonio sabía de la existencia del amorío, apenas cuatro años después de su espectacular boda la relación estaba rota.
Carlos trataba de mantener las apariencias, mientras Diana ya era presa de la bulimia y la depresión por los constantes desprecios de su esposo. Ya era el príncipe quien trataba de hacer creer a todos que su enlace seguía siendo como los cuentos de hadas.
Pero la gestualidad de ambos los delata: Carlos la toma del brazo y la atrae hacia su cuerpo, mientras ella intenta zafarse volteando su rostro. En otras fotos capturadas ese 30 de junio, finalmente la princesa cede y le regala un beso a su marido, pero jamás con la inocencia y alegría de los primeros.