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¿Por qué cuesta tanto frenar a grafiteros?

Dasic Fernández, artista visual que intervino el Paseo Bandera, cree que la proliferación de sanciones solo alimenta la adrenalina de quienes realizan rayados.

Por el registro de las cámaras de seguridad del Museo Nacional de Bellas Artes, se sabe que la madrugada del domingo un sujeto de mediana edad atentó contra la obra de Rebeca Matte «Unidos en la Gloria y en la Muerte».

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Por ello, la mañana de este martes la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Consuelo Valdés, presentó una querella en el Séptimo Juzgado de Garantía de Santiago. El sujeto, todavía sin identificar, arriesga una sanción de entre 541 días y 5 años, además multa de hasta 10 millones de pesos.

«Ha sido un acto de destrucción hacia un bien patrimonial colectivo de todos los ciudadanos, por mandato de la ley tenemos que contribuir en su cuidado. Esta acción va por la vía punitiva, con la presentación de la querella y denuncia ante la fiscalía. En el largo plazo lo ideal sería acentuar la formación artística. Hay que caminar por las dos rutas», dijo la secretaria de estado, quien fue acompañada por el diputado Sebastián Torrealba (RN).

El parlamentario impulsa una de las iniciativas que busca endurecer los castigos contra quienes intervengan el espacio público mediante rayados. Su proyecto, presentado en julio, apunta a endurecer las multas y conmutar las penas por trabajos comunitarios. «También proponemos que exista la denuncia popular, para que los vecinos puedan denunciar y se hagan acreedores de un porcentaje de esa multa», sostuvo.

En una línea similar, en julio el diputado Luciano Cruz-Coke propuso el Proyecto de Ley Arte Gráfico Urbano y Rayados, que busca regular y delimitar las manifestaciones callejeras.

El muralista Dasic Fernández, sin embargo, es escéptico ante la eficacia de este tipo de leyes. «Con respecto al graffiti, cualquier ley que le pongas no va a causar mayor cambio, porque el graffiti no está ni ahí con ninguna normativa. El graffiti toma la propiedad privada como espacio público, transgrede ese espacio. La adrenalina y el vandalismo son sus componentes, sin eso prácticamente no existe el graffiti. Cualquier norma que traten de instaurar va a hacerle más entretenido el juego a quienes lo practican», dice el gestor de la intervención en el Paseo Bandera, quien tuvo su escuela en el graffiti.

«Yo me dediqué al graffiti toda mi vida, pero no creo sea un arte. Creo que sí se puede llegar a ser una artista con la escuela del graffiti. Se aprenden muchas cosas. Pero su cuento va más por otro lado, tiene una mezcla entre un acto de rebeldía y contestatario, hasta medio deportivo. Tiene también esto medio performático, pero no me atrevería a calificarlo directamente de arte», añade el joven radicado en Estados Unidos, quien apunta a la falta de socialización de las obras.

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«Siempre voy a estar en contra de este tipo de cosas, porque la destrucción nunca es buena. Pero no tenemos el control de lo que pasa, menos en Chile que hay tan poca educación respecto al arte. Peor en el espacio público. Hay muchas obras que están en la calle y es una suerte que se mantengan y las respeten. Este respeto no viene dado desde un proyecto educativo o porque se reconozca a una obra como trascendente por las autoridades. Aparece una obra ahí y nadie sabe quién es el artista ni cuál es contexto. Entonces claro, pueden pasar este tipo de cosas» dice Fernández, en alusión a los rayados sobre la Patata de Federico Assler (89) hace unos días.

«Con toda su trayectoria,  me sorprende que Assler haya pensado que era una buena idea poner una escultura de concreto en el espacio público. Cuando uno trabaja en la calle se sabe que está expuesto a cualquier tipo de inclemencia o de incidente que le pueda suceder a la obra. De hecho, eso termina siendo parte de la obra también. Yo, por ejemplo, con cierta experiencia en la calle elijo muy bien los lugares donde voy a trabajar, es raro que pinte un muro a la altura de una persona. Por más respeto que pueda existir de la comunidad de grafiteros, me expongo a que cualquier persona en una noche se le ocurra atacar una obra. Cuando trabajo a nivel de piso lo recubro incluso con pitura ante graffiti, paradójicamente», señala.

 

 

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