He Jiankui, de la ciudad china de Shenzhen, es un científico que pasó del absoluto anonimato a la fama internacional en una noche, aunque ya venía fraguando su éxito hace nueve meses. El investigador, ni más ni menos, se adjudicó uno de los hitos más importantes en la ciencia moderna: ser artífice del nacimiento de los primeros humanos modificados genéticamente.
PUBLICIDAD
Si bien la noticia aún no es publicada en una revista científica, el investigador lo comunicó a la organización de una de las cumbres de la edición genética que comienza hoy en Hong Kong, además de confesarlo en exclusiva a una agencia norteamericana.
¿Qué hizo He? Junto a un grupo de trabajo, alteró embriones de siete parejas en medio de tratamientos de fertilidad, experimento que se coronó con el nacimiento de gemelos en noviembre. Ellos vienen siendo los primeros «súper bebés» modificados en la historia de la humanidad.
No se saben más antecedentes de sus padres ni del estado actual de los recién nacidos, sin embargo, el científico dijo que su meta no era prevenir una enfermedad hereditaria, sino que conceder a los bebés una característica que ya se quisiera todo el mundo: ser inmunes al VIH.
“Siento una fuerte responsabilidad que no es sólo por hacer algo por primera vez, sino también para poner el ejemplo”, dijo He por su descubrimiento, aunque la frase más certera fue la siguiente:“La sociedad decidirá qué hacer después”.
De inmediato, la noticia generó un intenso debate. Mientras unos lo tachaban de inconcebible y prematuro, hubo otros miembros de la comunidad científica que lo consideraron algo «justificable», como el caso del famoso genetista de la Universidad de Harvard, George Church. ¿Hasta dónde puede llegar la intervención humana? Al menos en China, la edición genética es aceptada en sus formas, no así la clonación, caso contrario de lo que ocurre en Estados Unidos.
Y mientras algunos lo ven como el inicio de una nueva era de humanos mejorados, otros plantean sus dudas ante acciones científicas que plantean la muerte de Charles Darwin, o, al menos, su postulado más importante: la teoría de la evolución y selección natural.
PUBLICIDAD
Un pequeño gen en el código, un gran paso para la humanidad
«Como científico, para mí es fascinante», parte diciendo el doctor Jorge Valdés, director del centro de Genómica y Bioinformática de la Universidad Mayor. «Estamos haciendo cosas que antes veíamos en las películas. Con la genética antes podíamos leer nuestro ADN, ahora podemos escribir en él», agrega.
Según explica el experto, la modificación con embriones ya la venía haciendo China desde 2015, aunque jamás habían osado que alguno de éstos llegara a término. He ahí el hito. «Para esto se inventó la Crispr, que es una técnica de edición genética donde pueden tomar la secuencia, y además tienen la maquinaria para generar un gen editado y cambiar estas zonas de tu propio código».
El famoso gen es el CCR5, el cual, manipulado, haría a las personas resistentes al VIH, la viruela y el cólera. Este fenómeno, dice Valdés, difiere de la impopular transgenia de los vegetales, en que un gen de una especia se trasplanta a otra. Aquí, en cambio, se trata de la re escritura de un gen ya existente en el código.
Este método hallaría su fin más básico en el combate de enfermedades, ya que en muchas hay un único gen asociado. Aunque también están los fenómenos multigenéticos, y aquellos en que varios genes, además, depende de la influencia del ambiente. «Esta es una técnica tan poderosa y de tanto alcance, que sus aplicaciones y el siguiente paso es muy difícil de anticipar», cree el doctor.
El debate
«No es raro que haya ocurrido, pero es difícil no quedar impresionado», opina Pablo Razeto Barry, director del Instituto de Filosofía y Ciencias de la Complejidad. Su centro, justamente, es un grupo interdisciplinario que discute sobre las implicancias de la ciencia en la sociedad, y de sus respectivas variantes éticas.
«Es el ejemplo máximo de lo que se esperaba en la eugenesia, que literalmente habla del ‘nacer bien’. Pero tiene muy mala fama porque los nazis lo practicaron. Pero hay otros tipos también, y aquí podríamos estar presentes ante una eugenesia positiva, la cual está sujeta a la decisión de los padres», sostiene Razeto.
El doctor en ciencias y biología evolutiva dice que «si se considera éticamente deseable que (los padres) entreguen las mejores condiciones ambientales a sus hijos, podría explicarse igual en cuanto puedan maximizar las condiciones genéticas». Eso sí, hace dos salvedades. Uno, que el avance tecnológico lo haga China, ya que, según él, su sistema en cierto punto «autoritario presenta un peligro potencial» en el avance de la tecnología.
A eso, además, le suma el dilema genético mismo. «Si se acota a evitar enfermedades genéticas o de otro tipo, sería difícil encontrar algo antiético. Más complejo es variar cualidades no dirigidas a las enfermedades, criterios de belleza, aspectos de la personalidad. Es clave que la discusión no gire en torno a restringir, sino que a regularlo».
¿Qué nos depara el futuro?
Para el divulgador científico Gabriel León, lo más llamativo es que el nacimiento de estos bebés podría marcar un antes y un después de cómo nos relacionamos con el ambiente, y, de paso, ponerle la lápida a la teoría de la evolución de Darwin. «Es un debate donde se ha discutido poco. Habla de cómo alteramos la evolución y la selección natural, que hasta ahora ha sido el gran director de orquesta».
En esa línea, el científico plantea varias interrogantes. «¿Ya tenemos el conocimiento acabado?¿abre la puerta a modificaciones cosméticas? Además está el debate sobre los alcances de modificar la línea genética germinal, que traspasaremos a la próxima generación».
Eso mismo advierte Jorge Valdés, director del centro de Genómica y Bioinformática de la U. Mayor. «Esta tecnología tiene una carga ética porque afectará las generaciones futuras. Aún no se sabe con total certeza si el introducir estos cambios podría producir efectos no pensados, o mutaciones fuera del blanco. Qué pasa si no vemos efectos negativos ahora, pero sí en las próximas generaciones. Eso es un llamado de cautela».
La certeza que tiene Valdés, es que si la modificación conlleva un desastre en los primeros humanos intervenidos, como tumores y mutaciones, eso significaría «la muerte de la edición genética». «Imagina lo que pasó con la oveja Dolly, que la seguimos hasta que murió pero nos dimos cuenta que al haberla clonado terminamos reduciendo su vida. No sabemos lo que va a pasar ahora».
Junto con eso, León aclara que aún estamos lejos de los hombres de tres metros, con súper fuerza, y súper inteligencia. «Estamos mucho más lejos de eso, porque son características que tienen que ver con muchos genes y procesos. Manipular eso sigue siendo técnicamente muy difícil y las consecuencias casi imposibles de prever».
¿Podría ser una ventana para la eterna juventud? «Es difícil dar la respuesta ahora con la edición genética, básicamente porque aún sabemos poco sobre el envejecimiento», cierra Valdés.