El líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, llegó a Beijing el martes para iniciar una visita de cuatro días junto a su esposa, Ri Sol Ju, y otros altos cargos, tras la invitación del presidente Xi Jinping.
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Se espera que Kim se aloje en el complejo Diaoyutai State Guest House, en el oeste de la capital, entre fuertes medidas de seguridad y que las reuniones se celebren en el Gran Salón del Pueblo, la sede de la legislatura que se encuentra cerca de la Plaza de Tiananmen.
El viaje de Kim, anunciado con anterioridad por los dos países, se produce luego de que funcionarios de Estados Unidos y Corea del Norte se reunieron en Vietnam para estudiar la posible ubicación de un segundo encuentro entre sus dirigentes.
En este contexto, su visita podría ser un esfuerzo por coordinarse con su único aliado de peso antes de una posible segunda cumbre con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a principios de este año.
El vocero del Ministerio de Exteriores chino, Lu Kang, no ofreció detalles sobre el papel del país como intermediario entre Washington y Pyongyang, pero dijo que Beijing seguía respaldando todos los esfuerzos para dar con una solución al problema.
«Siempre hemos creído que, como partes clave en el asunto de la Península de Corea, es importante que los dos bandos se mantengan en contacto y siempre hemos respaldado su diálogo para lograr resultados positivos”, dijo Lu a reporteros en una conferencia de prensa rutinaria.
Información adicional sobre las actividades de Kim, el resultado de las conversaciones y una posible visita de Xi al Norte se “publicará a su debido tiempo”, agregó.
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Seúl espera que el viaje de Kim a China funcione como “trampolín” para una segunda cumbre entre los líderes norcoreano y estadounidense, apuntó el vocero del presidente de Corea del Sur, Kim Eui-kyeom.
Nuevo Kim
El anuncio de la visita de Kim por adelantado supone un cambio con respecto al pasado y podría indicar un aumento de la confianza entre Pyongyang y Beijing, su socio comercial más importante y un aliado clave para aliviar la presión de Washington.
Tras años de distanciamiento luego de la llegada de Kim al poder en 2011, la relación mejoró notablemente en los últimos meses mientras Xi busca mantener su influencia en la región.
Washington y Pyongyang parecieron estar cerca de librar una guerra durante ciertos momentos de 2017, cuando el Norte realizó una serie de pruebas, cada vez más potentes, de misiles de largo alcance que estuvieron cerca de lograr su objetivo de llegar a cualquier punto del territorio continental estadounidense con armas nucleares.
El temor a los posibles efectos de las devastadoras sanciones internacionales por los ensayos sobre la maltrecha economía norcoreana, Kim recurrió súbitamente a la diplomacia con Seúl y Washington el año pasado. Además visitó China en tres ocasiones sin que Xi le devolviese la visita como es habitual.
Pero incluso después del encuentro sin precedentes entre Kim y Trump en Singapur en junio del año pasado _ que fue el primero de la historia entre los líderes de ambas naciones— no se lograron grandes avances en materia de desarme nuclear.