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Columna de Nicolás Copano: ¿Por qué las noticias falsas son un abuso?

El diccionario Oxford definió que estamos en la era de la posverdad. Es increíble que un diccionario termine por definir lo que antes, simplemente, se le llamaba mentira.

Vivimos en una época de aceleración y singularidad: según un estudio del MIT las noticias falsas se difunden hasta unas 20 veces más que las verdaderas, y los culpables no son las máquinas: son las personas. Personas que se educan de la misma manera que a principios del siglo 20: a través de textos canónicos y voces que se imponen en nuestras culturas a través de los medios digitales y análogos, que hoy son motores educativos tan importantes como las escuelas.

No existen los programas educativos que se encarguen del tema.

Según el 59% de los encuestados del mismo estudio, es cada vez mas difícil saber si una noticia proviene de una fuente legitima.

Por eso, para hacer daño las noticias falsas son útiles.

Lo perverso es que usan a los estratos de la población más débiles para esparcir sus mentiras: los grupos menos educados, permeables a Whatsapp, son ideales. En Brasil, un país con 120 millones de usuarios de Whatsapp una buena porción de los votantes de Jair Bolsonaro según Datafolha (6 de cada 10) se informaba por esa vía. Hadad, el candidato perdedor, sufrió el acoso por un supuesto “kit gay” que según los detractores de éste quería entregar en los colegios.

Y por supuesto los adultos mayores son los más permeables.

En Estados Unidos un estudio publicado en la revista Sience sostiene que las personas sobre 65 años son los que más comparten noticias falsas.

En 1982 Fredric Jameson escribió: “El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío”. En él plantea dos ideas notables: la primera es que la conspiración es el mapa cognitivo de los carentes de ésta. La conspiración diseña una respuesta simple a los problemas complejos.

Lo segundo que plantea es que una de las consecuencias de la posmodernidad es que el sujeto se ha vuelto un ser esquizofrénico. A las personas se les ha roto la realidad, el significado de lo que hacían o creían se ha acabado: estudios universitarios no garantizan trabajo y éste se ha precarizado. ¿La consecuencia? Una vida de fragmentos, sin continuidad, llena de simulacros vacíos.

La tecnología y la dopamina que generan los likes y el compartir le da sentido a la vida de muchas personas que militan a través de las redes sociales entregando sus conclusiones sin darse cuenta que todo es un negocio. Si son “exitosos” con una mentira bombástica, más seguidores y más voces parecidas van a escuchar. Y el capitalismo seguirá su nuevo curso, desmontando la lógica de la audiencia masiva.

El drama recién comienza si no tomamos medidas en donde las audiencias y los responsables de generar contenido para éstas no toman las responsabilidades necesarias. Y detener el odio parece ser lo mas difícil, porque es una sensación absolutamente más fácil que el afecto. En especial cuando la gente no se habla ni se ve.

Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de publimetro

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