El calor en Santiago golpea fuerte a sus habitantes: en la década del 80, los termómetros en la capital nunca sobrepasaron los 35º en verano. En cambio, desde 2010 a la fecha ya ocurrió unas 17 veces. Ni hablar de las olas de calor, que en cuarenta años aumentaron más del doble, pasando de 12 a más de 30.
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Por desgracia, el clima no es el único factor que rostiza a las personas. Eso lo saben los arquitectos y urbanistas del país, que alertan sobre cómo la densidad de las construcciones en la ciudad, poco a poco, aportan su grano de arena para cocinar a sus habitantes a fuego lento y echar por tierra el confort climático de sus habitantes.
Según constató el Centro Interdisciplinario para la Productividad y Construcción Sustentable (Cipycs), ya es un hecho que el boom inmobiliario en la capital mermó la calidad de vida zonas de Santiago. Y eso tiene un nombre: islas de calor urbano.
El equipo coordinado por varias universidades, llegó a la conclusión de que el fuerte desarrollo inmobiliario entre el año 2010 y 2016, ha generado un alza en las temperaturas de distintas comunas, especialmente aquellas con menor presencia de áreas verdes. De esta manera, se evidencia el caso particular de la comuna de Santiago Centro, cuyas temperaturas han aumentado por sobre otros sectores de la capital, especialmente porque el desarrollo inmobiliario supera hasta en un 50% el de otras comunas.
Y el daño no es menor, ya que las islas de calor urbano elevan en promedio 4º la temperatura normal, según estudio el Cipycs. A la licuadora entran varios factores. Uno de los principales sospechosos es el uso del hormigón y asfalto, materiales que concentran el calor durante el día.
“Normalmente, las islas de calor urbano se encuentran en el centro de las ciudades y nuestra capital no es la excepción. El centro de Santiago concentra gran cantidad de construcciones que usan estos materiales. Y hay otras zonas, como áreas de La Florida,, debido a la gran cantidad de nuevas edificaciones, en desmedro de las áreas verdes”, explica el investigador del centro, Manuel Carpio.
Estudiando la amplitud térmica de invierno y verano entre 2014 y 2018, descubrieron que la temperatura en la zona norponiente de la capital escaló hasta 5,5º. El mejor ejemplo es Cerro Navia, lugar donde pasó de una oscilación de 23,5º entre invierno y verano hace 4 años, hasta los 28º en 2018. ¿El culpable? una «tipología urbana caracterizada por la alta densidad constructiva, que combina áreas continuas de viviendas con escasos espacios entre cada estructura».
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En el otro lado de la vereda está Vitacura, comuna donde la temperatura apenas oscila 17º. ¿Por qué? «Construcciones con edificios en altura que cuentan con áreas verdes a su alrededor y buenos espacios entre estructuras para que circule el aire», explica el informe.
Más causas
Uwe Rohwedder, Arquitecto y académico de la U. Central, explica que hay más factores que explican estos «microclimas» dentro de las ciudades. Entre ellos, la altura de los edificios, su disposición, el color de las estructuras, la presencia de vegetación y humedad, y cuan impermeable es el suelo.
«El hormigón armado general absorbe mucho calor y lo va soltando cuando la temperatura desciende», explica el experto. Por lo mismo, las fachadas de los edificios juegan un rol importante en el calor que sufren los capitalinos por las noches.
En cambio, dice Rohwedder, temperaturas de hasta 38º a las 3 de la tarde, mientras en otras zonas el termómetro marca 33º en otras zonas, habla de la ventilación y la humedad. «Al estar tan juntos los edificios (como Cerro Navia), el aire no circula. A eso se suma que la falta de vegetación no permite que la ventilación corra y que la humedad en el ambiente incremente», explica el arquitecto.
¿Ya no hay más que hacer? “En 2012, Buenos Aires aprobó la Ley de Techos Verdes, que permitió a los dueños de edificaciones reducir los costos en impuestos de alumbrado, limpieza y barrido, si instalaban techos verdes. Esta medida logró disminuir aproximadamente 3°C en ciertas zonas de la ciudad», explica Carpio.
Otra medida para las comunas más afectadas, y que en general concentran pocas áreas verdes, es «emplear otros materiales en los edificios, como colores claros que reflejen el calor y asfalto y hormigón especiales que no concentren calor», afirma Carpio.
«Tenemos pocas regulaciones. Los urbanistas se están topando con nuevos elementos y saben que hay que tender a los equilibrios, con elementos naturales dentro de la ciudad, como fachadas verdes», dice Rohwedder, agregando que la materia pendiente, es pensar las ciudades en pos del confort climático de las personas.
Construcciones bien pensadas
No todo está perdido. Si bien en las zonas densamente construidas no se puede revertir el alza de las temperaturas, sí puede controlarse su efecto. ¿Cómo? El arquitecto de la U. Central Uwe Rohwedder entrega varios consejos.
Por ejemplo, que los espacios entre una edificación y otra apunten al surponiente. «Así las corrientes de viento conseguirían un efecto de ráfaga», dice. También importan los colores de los edificios. Los oscuros deberían quedar de lado y ser reemplazados por tonalidades frías, llámese el verde, azul y violeta.
Junto con eso, el desafío inmobiliario es evitar el hormigón a la vista lo más posible, cambiándolo por fachadas y techos verdes, y «revestimientos en base a paneles de madera, que funcionan bastante bien». El suelo también es importante. «Hay que evitar el suelo impermeable (asfalto), ojalá preferir zonas de maicillo, tierra. Lo mejor sería implementar muchas plazas de bolsillo, zonas que ojalá tengan vegetación y agua para aumentar la humedad», sostiene el arquitecto.