Todos se estaban preparando con paraguas e impermeables para el primer gran frente de precipitaciones del año que llegó a Santiago, sin embargo, pocos sospecharon que serían las ráfagas de viento las que se robarían la película.
PUBLICIDAD
Las consecuencias fueron evidentes: una ciudad que se fue al suelo y quedó a oscuras. El balance fue de 250 mil clientes que perdieron el suministro eléctrico y nada menos que 650 árboles que se vinieron abajo. ¿Por qué pasó? Expertos dan cuenta de dos motivos, y alertan que el escenario, lamentablemente, seguirá ocurriendo en el futuro.
La suerte ya está echada. Todo indica que vivimos las consecuencias de décadas de pésimas o nulas políticas de arborización urbana. «La falta de manejo nos está pasando la cuenta», dice Jadille Mussa, académica de la Facultad de Ingeniería e Arquitectura. U. Central.
Quien también cree lo mismo es Jonás Figueroa, académico de la Usach que ha dedicado años al estudio de árboles en la ciudad, y le agrega otro factor: la poda indiscriminada.
Ocurre que al no existir una norma técnica para la operación, la mayoría de los árboles son mutilados en la cara que da al tendido eléctrico. «La poda los desequilibra, les quita el centro de gravedad, entonces viene una ráfaga fuerte y los rompe. Caen desde el lado que tiene más peso», explica Figueroa.
Chile está muy atrás versus países desarrollados con su política de cableado. Según cifras que maneja la Superintendencia de Electricidad y Combustibles (SEC), el 80% del tendido en Santiago es por aire y solo el 20% restante está bajo tierra. Eso se explica, según dicen los expertos, porque el cableado subterráneo, que evita el corte de suministro por vientos y caída de árboles, cuesta hasta siete veces más. Además, no existe una norma que obligue a las compañías eléctricas a hacerlo.
Mala elección
La postal del desastre fue el impactante registro de una cámara de seguridad en La Reina, y que mostró el instante preciso en que un árbol se desploma sobre una casa. Ese es un claro ejemplo de las malas decisiones que se tomaron en Santiago. Mussa explica que la especie en cuestión «es un prunus cerasifera, un ciruelo de follaje rojo que se plantó mucho en los años 40′».
PUBLICIDAD
El problema, dice, es que su vida útil es mucho más corta, su madera no resiste bien al tiempo y sus raíces son pequeñas. «La mayoría están viejos y otros se están pudriendo», agrega, por lo que la fatiga del espécimen del vídeo hace prever que a los demás les podría seguir ocurriendo.
Un estudio del profesor Figueroa confirma la tesis. Su investigación arrojó que el 40% del parque arbóreo de Santiago está viejo, seco o enfermo, dilema que requiere, según sus conclusiones, de 600 mil árboles de recambio cada año para solucionar el problema en el corto plazo.
«En Santiago se plantó sin considerar el régimen hídrico, que es de largos períodos secos y breves lapsos húmedos», enfatiza Figueroa. Por lo mismo, el estrés hídrico, sumado al cambio climático, tiene a varias especies pendiendo de un hilo. «Las mejores son las especies nativas, las que saben vivir en nuestro paisaje», agrega Mussa.
La experta dice que una elección inteligente, por ejemplo, sería repoblar Santiago con el quillay, algarrobo, peumo y pataguas.