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Descarado estafador se hizo pasar durante 30 años por un príncipe saudí

Norteamericano consiguió ocho millones de dólares de inversionistas que compraron sus embustes

Anthony Gignac nació en Colombia hace 48 años, pero a los siete, junto con un hermano, fue adoptado por una familia norteamericana de Michigan, porque sus padres biológicos los abandonaron. Pero esa traumática experiencia no le da derecho a comportarse como una patán desde los 17 años.

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A esa edad el tipo, sin oficio conocido, comenzó a estafar a cualquier persona que se cruzara por su camino, y al poco tiempo descubrió que hacerse pasar por un heredero al trono de Arabia Saudita le abriría muchas puertas por el interés de los empresarios en invertir en sus negocios.

Con algunas monedas Anthony compró un traje lo más parecido al de un jeque saudí, y como tenía algunos rasgos de los habitantes de esa nación, no le fue tan difícil comenzar a engatusar a sus víctimas, pero cada tanto era detenido por la policía y pasaba una temporada tras las rejas. En total once veces había sido capturado.

Cuando salía libre el príncipe volvía a la carga, hasta ahora que la justicia norteamericana de Miami cerró su puerta giratoria porque lo condenó a 18 de años tras las rejas. Anthony tenía antecedentes por hacerse pasar por un diplomático extranjero, robo de identidad con agravantes, y fraude electrónico.

«Gignac se ha presentado a sí mismo como el príncipe saudí, Khalid Bin Al-Saud, para manipular y estafar a innumerables inversores de todo el mundo», explicó la fiscal Cecilia Altonaga.

«Vendió a sus víctimas la esperanza de éxito económico y futuro para sus familias, y como resultado decenas de inversionistas desprevenidos fueron despojados de su dinero», agregó la fiscal Ariana Fajardo.

La estafa de Anthony estaba bien hecha. Tenía licencias diplomáticas falsas, una insignia fraudulenta del Servicio de Seguridad Diplomática para sus «guardaespaldas», artículos de lujo compatibles con el lujoso estilo de la realeza y tarjetas de negocios en las que se refería a sí mismo como «príncipe», «su alteza real», y «sultán».

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Para que el engaño fuera perfecto hizo un Instagram en donde publicaba fotos de miembros de la familia real saudí, incluido el Rey, a quien le decía «papá».

En total el fresco alcanzó a robar ocho millones de dólares, entre inversiones y regalos, porque le decía a sus víctimas que en su cultura era costumbre intercambiar obsequios, que él nunca entregaba.

Anthony manejaba un Ferrari California con placas diplomáticas falsas, e invitaba a sus víctimas a su departamento en Fisher Island, una exclusiva isla al sur de Miami Beach, donde viven los millonarios.

Su imperio de mentiras comenzó a derrumbarse, según el «Miami Herald», cuando un inversionista inmobiliario sospechó de Anthony al verlo comer jamón, tocino y otros productos elaborados con chancho como si el mundo se fuera a acabar, algo que debería haber sido rechazados por un príncipe de un reino musulmán.

 

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