Frania Ondina Mondragón tenía 32 años, y una hija de 16 y otra de 14. Sus amigos la recuerdan como hogareña, extrovertida y luchadora.
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La comerciante de la comuna de José Ulloa, de Honduras, llevaba una vida tranquila hasta que en su camino se cruzó un tipo llamado Cleofás Castejón Bardales, de 28 años, con quien se la vio por última vez con vida en una shopería vecina al taller mecánico especializado en electricidad, en donde trabajaba su asesino.
La forma en que se descubrió el horroroso crimen fue simple. En la mañana llegaron los dueños del taller ubicado en la comuna Torocagua de Comayagüela. El hombre que había pasado la noche ahí les abrió con un machete en una mano y les dijo sin darles ninguna razón que no los iba dejar pasar.
Estupefactos y molestos, los dueños del negocio llamaron a la policía y los agentes entraron por la fuerza, redujeron al chascón y les llamó la atención unas manchas de sangre esparcidas por el piso. Luego revisaron la casa y encontraron más sangre y aceite en una ducha.
Lo siguiente que hallaron los policías estaba dentro de una barril de plástico azul. Ahí, cortada en once pedazos, estaban los restos de Frania, a quien les fue fácil identificar porque testigos habían visto junta a la pareja que salía hace un tiempo.
El oficial Pablo López declaró al diario El Heraldo que el asesino reconoció su crimen de inmediato, el que realizó con el machete que tenía en sus manos cuando le negó la entrada a los dueños del taller.
Cleofás confesó también que su intención era deshacerse del cadáver por el conducto de aguas negras del taller, pero no alcanzó de botar ningún miembro antes de ser capturado.
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La policía investiga el motivo del espantoso asesinato, mientras que los vecinos declararon que la noche anterior no sintieron ruidos provenientes del taller mecánico.