Boris Johnson estaba feliz de la vida participando de la 74 asamblea general de las Naciones Unidas en Nueva York cuando el Tribunal Supremo de Reino Unido determinó que la suspensión del Parlamento no era legal.
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El primer ministro se lo había solicitado a la reina Isabel (quien como dice la tradición aceptó) para que el Congreso no estorbara en sus intentos de salir de la Unión Europea el 31 de octubre, con o sin acuerdo, incluso aunque se trate de un Brexit salvaje que podría generar caos en su país.
Como la justicia determinó la reapertura del parlamento, Boris se regresó de inmediato a la isla y habló frente a los parlamentarios de forma desafiante.
«La oposición no se atreve a enfrentar unas elecciones generales y ha corrido a pedir ayuda a los tribunales. El Supremo se ha visto metido en este lío político, y con todo mi respeto, se ha equivocado en su veredicto», dijo el primer ministro en la Cámara de los Comunes.
Boris también acusó al líder de la oposición, Jeremy Corbyn, de «cobardía política» y «egoísmo» porque no le tendría confianza a los electores.
Corbyn le respondió: “Creo que debe disculparse ante la reina por el consejo que le dio para suspender el Parlamento, pero mucho más importante; debe disculparse ante la ciudadanía británica por haber intentando echar el cierre a nuestra democracia en un momento crucial, cuando la gente está muy preocupada por lo que vaya a ocurrir», dijo.
El mandatario no le pidió perdón a la reina, sino que desafió a los laboristas a presentar una moción de censura altiro para que las urnas determinen quién tiene la razón, pero la oposición prefiere atarle las manos a Johnson desde el Parlamento.
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«Dejen a este gobierno que cumpla por fin con la promesa del Brexit o échense a un lado y permitan a la ciudadanía pronunciarse», reclamó el primer ministro mientras sus rivales políticos comenzaron a preparar los mecanismos necesarios para impedir la salida de la UE sin acuerdo.