Hasta el 18 de octubre, cuando esta crisis explotó, Chile era un ejemplo para la región en cuanto al manejo económico. Cifras macroeconómicas que sí, han sido equilibradas, pero que el ciudadano de a pie no entiende, porque no se han hecho carne en su bolsillo.
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Hay particularmente dos indicadores que dan cuenta de este éxito mirado desde lejos. Uno de ellos es el PIB per cápita -que en simple es lo que produce el país dividido por la población-, que en el caso nuestro ha crecido de manera importante. Según datos del Banco Mundial, pasó de 4.511 dólares en 1990 a US$25.223 en 2018.
Y pese a que no es equivalente, si se mira lo que ganan los chilenos por su trabajo, se podría entender algo de la molestia que hay actualmente en las calles. Según la última Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE, en 2018 50% de las personas ocupadas percibió ingresos menores o iguales a $400 mil y cuatro años antes rozaba los $305 mil.
Otro dato que hay que destacar es el de pobreza, ya que según el mismo Banco Mundial y la encuesta Casen, la población en esta condición pasó de 36% en 2000 a 8,6% en 2017. Pero cabe consignar que la línea de pobreza más actual, de agosto de este año, indica que para una familia de cuatro personas está fijada en $435.536.
¿Cómo entender estas cifras que no concuerdan? Todo parece indicar que el famoso “chorreo” no funcionó correctamente. “El promedio siempre esconde las diferencias, y es así como la distribución del ingreso en Chile es uno de los más desiguales en el mundo”, confirma Jorge Gajardo, economista y académico Escuela de Economía y Negocios de la U. Central
Si bien el país progresó, mostrando que muchas personas dejaron de ser pobres, el nivel de vulnerabilidad es alto. “Esto es lo que explica el gran descontento social de un grueso de la población”, sostiene José Luis Ruiz, director Diplomado en Administración de Riesgos, Unegocios de la U. de Chile, quien subraya que esa gran cantidad de personas que salió de la pobreza “trae consigo la generación de nuevas necesidades a cubrir y un tema fuerte asociado al no cumplimiento de sus expectativas”.
Salario mínimo e impuestos
Si la línea de pobreza considerando una familia de cuatro integrantes está en poco más de $435 mil, llama la atención que el salario mínimo, incluso el nuevo ingreso mínimo que propuso el Gobierno está por debajo de ese monto.
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Al respecto, Gajardo explica que el sueldo mínimo “se fija como un piso salarial con el objetivo de proteger a los trabajadores más vulnerables con nulo poder negociador”, pero afirma que “su bajo nivel anula en buena medida dicho objetivo pues no resulta suficiente para satisfacer necesidades mínimas”.
Uno de los argumentos que más se usa para evitar alzas importantes de este salario es la eventual pérdidas de empleos, sobre todo pensando en pymes. Pero ya la semana pasada hemos visto cómo grandes empresas han fijado que sus empleados no ganen menos de $500 mil o $600 mil.
En ese sentido, el académico de la U. Central plantea que “la inmensa mayoría de las medianas y grandes empresas podían perfectamente aumentar los sueldos de los trabajadores con más bajas rentas a dicho nivel, pero ello supone disminuir sus utilidades”.
Pero junto con los ingresos está el tema de la redistribución de la riqueza que se produce en Chile y ahí entran los impuestos. “Definitivamente la discusión tributaria debe ir en la dirección concreta de cómo allegar más recursos al Estado para financiar sus compromisos sociales y desarrollo”, indica el docente de la U. de Chile.
Si bien sostiene que “no se trata de llegar y subir todos los impuestos”, expresa que sí se puede “ser más ingeniosos a la hora de recaudar y en el control de la evasión tributaria de empresas y personas”.