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Gobernabilidad democrática en peligro: la ciudadanía sigue dejando los pies en la calle y la solución de la cuestionada clase política ya no puede esperar

Expertos coinciden en que la estrategia del desgaste y la letra chica son mecanismos que la ciudadanía sepultó. La solución debe ser concreta y legítima, porque estirar el chicle sepultará al Gobierno y el parlamento cuando la historia los juzgue.

Van 28 días desde que comenzó el estallido social y la crisis institucional más importante de las últimas décadas en Chile, y recién ayer los distintos sectores políticos se cuadraron en decir que ahora están dispuestos a un dialogo sin condiciones para conseguir una solución al conflicto.

Así es. Tres semanas donde ha pasado de todo: 23 fallecidos, represión injustificada en la calle, violaciones a derechos humanos, más de 200 personas con trauma ocular por el uso de perdigones, saqueos, violencia e incendios en lugares icónicos; y aún así, las circunstancias no han hecho que La Moneda y el Congreso se den por enterados de la urgencia.

Pero ya es tiempo de que se apuren. Expertos dejan en claro que es la gobernabilidad democrática y más muertos lo que está en juego si no extreman recursos para conseguir la anhelada solución política. Varios tendrán que «dar hasta que duela», aunque será un precio mínimo en comparación a las consecuencias que tendría su la clase política, de tozudos, dejan que la crisis se extienda por varias semanas más.

La propia vocera de gobierno, Karla Rubilar, dijo que «la historia nos juzgará si estuvimos a la altura». La pregunta es ¿lo han estado hasta ahora? «Ha sido bastante débil el actuar de la clase política», dice Felipe Vergara, cientista político de la UNAB. «Han habido bastantes elementos erráticos», agrega por su parte Raúl Elgueta, investigador del IDEA de la U. de Santiago. «No solo la clase política. Toda la elite actúa de forma bien perpleja», complementa Javier Sajuria, profesor de ciencia política en la Queen Mary, University of London.

«Ellos (la clase política) estaban en un sistema donde sentían que estaban representando gente y no lo están haciendo. Rompieron la burbuja, de alguna forma. Si bien uno entiende la perplejidad por no adelantar el origen del conflicto, es condenable que aún se mantengan así», afirma Sajuria.

Vergara, por su parte, hace una separación. «El Gobierno ha actuado siempre atrasado, sin empatía, torpe. A los parlamentarios y representantes de partidos los he visto apostando a sacar dividendos cortoplasistas, con oportunismo. Los que se salvan aquí son los alcaldes, que comenzaron con sus cabildos y un acuerdo hacia un plebiscito adelantándose a todos», recalca.

Para Elgueta, dejar que la crisis y el descontento continúen, sería de extrema gravedad. Eso, porque aquí están en juego nada menos que la «gobernabilidad democrática y la representatividad política», bases del Estado de derecho y el orden.

Según los expertos, y dada la temperatura de la ciudadanía, el piso mínimo para menguar el descontento es el anuncio concreto de la redacción de la nueva Constitución. «Tiene que anunciarse el acuerdo transversal, pero que incluya un mecanismo en que la ciudadanía pueda participar de forma real. Debe ser concreto: con fecha, con días, decir cuando se votará, cuales serán los plazos. No va a desmovilizar a la gente, pero será un primer paso», opina Sajuria.

Si bien el estallido se declaró aquel 18 de octubre por 30 años de desigualdades y vulnerabilidad, para Vergara fue la poca sintonía de la clase política que lo convirtió en un «huracán». «La movilización ahora se comporta así. Un día va en una dirección, luego gira, pierde fuerza, luego golpea con más fuerza… el gobierno debe entregar soluciones palpables, con fechas definidas y de forma transparente, sin la famosa letra chica».

«La fórmula para salir de esto es perder para ganar», afirma Elgueta. Pero, ¿cómo? «Todos tienen que estar dispuesto a perder poder para ganar gobernabilidad democrática. Realmente dar hasta que duela, tanto desde los políticos, como de los empresarios, por ejemplo».

Tampoco sería gracia, dicen los expertos, si largas semanas de movilización repercuten en una recesión económica de proporciones, que a la larga la sufrirán la clase media y baja. «Somos un país de servicios, aunque tengamos el cobre. La sociedad del consumo pasará la cuenta. Todo cierra a las 4 de la tarde. Hong Kong podrá llevar tres meses con protestas, pero no Chile».

Para los cientistas políticos, la política que se usó los últimos 10 años ha muerto. «Las oposiciones extremas tienen que salirse de la comodidad. Siempre se ha manejado así. La UDI o la izquierda sin sentarse a negociar si les tocan algo. Desde el gobierno, la decisión de salir a reprimir y esperar que el movimiento decaiga es porque siempre ha funcionado, pero ya no lo está haciendo», añade Sajuria.

«O asumen la responsabilidad de darle una solución real a la gente, o estirar esto sólo traerá más heridos, más muertos, o la calle va a terminar despachando a un presidente», enfatiza el académico de la UNAB.

Demandas justas como el derecho de una salud y digna, buena educación e igualdad, ya no deben estar supeditados a la incapacidad de hacer reformas estructurales. «Lo primero es la democracia. Resolver la diferencias a través de mecanismos institucionales legitimados por la ciudadanía», cree el académico de la U. de Santiago. «Aquí terminó el creer que el sillón lo tenían asegurado. Desgastarse en peleas chicas sin tocar temas de fondo», recalca Vergara.

 

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