Es solo un primer apronte de un informe encargado por el Gobierno. El martes la Comisión Nacional de Productividad (CNP) dio a conocer las primeras conclusiones de su estudio sobre las eventuales consecuencias que traería la reducción laboral a 40 horas.
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En resumen, el reporte da cuenta que en cinco años implicaría una caída de corto plazo en el nivel de los salarios mensuales reales de 2% promedio, mientras se estima un impacto negativo en empleo, el que afectaría más a asalariados del sector privado que trabajen más de ese eventual nuevo máximo legal, especialmente si son jóvenes y mujeres.
En ese sentido, la CNP recurrió a datos que dejó la anterior reducción de la jornada cuando en 2005 se pasó de 48 a 45 horas por semana. Así, se señala que en aquella ocasión, para los trabajadores que trabajaban 46 horas o más antes de la reforma implicó una reducción del empleo en 4,5 puntos porcentuales. Mientras, quienes conservaron su trabajo, vieron reducido en 2% su salario real.
Jorge Rosales, investigador del Centro de Economía y Políticas Sociales de la U. Mayor, no concuerda con estas apreciaciones y sostiene que la Comisión “está equivocada”. De hecho plantea que un informe realizado por el profesor de la Universidad de Chile, Ramón López, indica algunos datos diferentes para lo que podría pasar con la rebaja que se propone ahora.
Allí se indica que si “cada empleado trabaja menos horas, la disminución en la demanda por horas laborales se traduciría en un aumento en el número de trabajadores (notar diferencia con horas de trabajo) y del empleo entre 5% y 8%”, esto al cubrir los tiempo de quienes laboran menos.
Y respecto de 2005, el académico recuerda una información conicida hace algunos meses, un informe de 2013 del doctor en Economía de la Universidad de Warwick, Rafael Sánchez, cuando cuando trabajaba en la Dirección de Presupuestos (Dipres).
“Los salarios reales no bajaron, no tuvo efectos significativos en el empleo”, apunta el académico, respecto de los sucedido en 2005, recalcando que lo que pasó es que se produjo un aumento de los ingresos por hora.
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Más allá de las estadísticas
Llama la atención que la propia CNP indica que los chilenos en 2018 trabajaron casi 40 horas: en promedio poco más de 41 horas a la semana. Además plantea un horizonte entre mayor productividad y baja en la jornada, indicando que “el progreso económico suele ir acompañado también de una reducción en las horas trabajadas”.
De esta manera, plantean que si el ingreso per cápita del país era de US$9.500 en 1990 y las horas efectivas de trabajo eran 49, el año pasado se alcanzaron los US$25 mil y la jornada laboral efectiva se ubicaba en 41,3 horas, similar a lo que sucedía con los países Ocde cuando tenían el mismo nivel de ingreso.
Así la CNP antepone la necesidad de que cada chileno produzca más, sosteniendo un crecimiento económico mayor y estable, para lograr laborar menos.
“Si a futuro creciéramos al 2% per cápita (cerca de 3% de crecimiento del PIB de país), equivalente al promedio anual alcanzado durante la última década, estaríamos trabajando 40 horas semanales en 2028, y las 37,7 horas que hoy trabaja la Ocde, en 2047”. Aunque añade que si la expansión fuera 3% per cápita, dichas jornadas se alcanzarían en 2025 y 2037.
Si bien el reporte del organismo habla de factores de bienestar, lo asocia básicamente al salario del que disponga el trabajador para usarlo en ocio. Sí se señala al final que «el impacto del uso y la valoración del mayor tiempo libre producido por la reducción de jornada puede tener impactos en salud, vida familiar, producción en el hogar, y otras variables», pero que justamente se aclara que estos factores «no se han evaluado en este estudio».
De esta manera se plantea el dilema del huevo o la gallina. Frente a esto, Rosales va más allá y apunta a que debe haber un cambio estructural y de mirada, y acusa que en Chile “es algo cultural de primero aumentar la productivdad para trabajar menos horas”, cuando insiste en que “va a aumentar la productividad al mejorar las condiciones laborales”.
Así, apunta a que parte del cambio tiene que venir de la balanza de poder que hay entre trabajador y empleador. “La evidencia histórica indica que la reducción de jornada la lograron primero los sindicatos y luego (los países) llegaron a ser productivos”, poniendo como ejemplo los países nórdicos. Allí hay una mayor protección social y actualmente un trabajador produce el doble que un chileno, pero solo trabajan 1.462 horas al año, versus las 1.941 de acá.
En ese sentido, Cristián Echeverría, director del Centro de Estudios en Economía y Negocios de la Universidad del Desarrollo (UDD) sostiene que “creo que, en una forma preliminar, (el informe) lo encuentro parcial e incompleto”.
El académico afirma, precisamente, que la CNP «no menciona nada de lo que indica evidencia de la teoría económica y la economía del trabajo, de que también puede haber ganancias en bienestar, pero también hay evidencia que bajar la jornada de rangos altos a compatibles con la vida, mejoran la productividad”.