En algunas partes del mundo ser dictador se paga caro. Es el caso del ex presidente de Pakistán Pervez Musharraf, quien el martes fue condenado a muerte por la justicia de si país, acusado de traición a la patria.
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Pero las malas noticias para el otrora dictador no pararon ahí, hoy se conoció un nuevo pronunciamiento de la corte pakistaní que sigue el juicio en contra del ex jerarca: dado que según su defensa, Musharraf presenta complicaciones de salud, el juez dictaminó ayer que en caso de fallecer antes de ser ejecutado, el cuerpo del ex militar deberá ser arrastrado hasta el frontis del parlamento de Pakistán y ser colgado por tres días ahí.
La curiosa resolución generó todo un debate jurídico, pues muchos aseguran que el tribunal se excedió en sus atribuciones. Otros plantean que la medida es más de carácter simbólico y que no necesariamente se llevaría adelante en caso de que Musharraf muriera antes de ser ajusticiado.
En la historia judicial de Pakistán existe un antecedente de una determinación similar por parte de un juez: se trató del caso de un asesino en serie que fue condenado a morir en la horca y luego que su cuerpo fuera trozado en 100 pedazos frente a los familiares de las víctimas.
Si bien el criminal fue ejecutado como decía la sentencia, la parte de la mutilación de su cuerpo nunca se cumplió.
El caso de Benito Mussolini
En la historia mundial son cientos los dictadores que ha sido sentenciados a muerte por los crímenes y abusos de sus régimen, pero pocos cuyos cadáveres después han sido expuestos en lugares públicos, por lo menos en la historia reciente. El más recordado es el caso del dictador fascista italiano Benito Mussolini, quien fue fusilado el 28 de abril de 1945 en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.
Tras ser ejecutado después de ser capturado por una brigada comunista al norte de Italia, el cuerpo del «Duce» fue exhibido en la plaza de Milán junto al de su amante, Clara Petacci, y otros colaboradores. Fueron colgados desde los pies y dejados para que una turba los golpeara.