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Argentino cruza en tres meses en soledad el Atlántico en un velero para ver a sus padres

Juan Manuel Ballestero viajó en una pequeña nave porque deseaba estar con los suyos. Salió el 24 de marzo desde Porto Santo, en el archipiélago portugués de Madeira, y llegó recién a Mar del Plata.

Sin posibilidad de viajar en avión debido a la pandemia de coronavirus, el argentino Juan Manuel Ballestero no lo pensó dos veces y decidió cruzar el Océano Atlántico en un velero para reencontrarse con sus ancianos padres en Argentina, una travesía de tres meses que estuvo salpicada de aventuras.

“En 24 horas planifiqué cruzar el mar en un barco de 8,8 metros. Mi deseo era estar con ellos”, dijo el navegante de 47 años que arribó este miércoles 17 de junio a su ciudad natal de Mar del Plata, 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, a bordo del “Skua”.

Una lluvia copiosa lo esperaba como colofón del viaje en el que enfrentó temibles tormentas que lo pusieron varias veces en situación de riesgo.

“Ahora estoy tranquilo, fondeado en medio del puerto… No hay tormenta que me moleste ni barco que me atropelle”, contó el marino de espesa barba desde su velero modelo Ohlson 29.

El hombre solo pudo ver al atracar a un hermano. Antes de reencontrarse con sus padres, Carlos Ballestero, de 90 años, y Nilda Gómez, de 82, debe cumplir una cuarentena de dos semanas, por lo que seguirá hablando por teléfono con ellos como lo ha hecho hasta ahora.

Desde que se declaró el 20 de marzo la cuarentena obligatoria en Argentina -donde hasta ahora se han reportado más de 35.500 casos de coronavirus y al menos 920 fallecidos- están suspendidas las operaciones aéreas nacionales e internacionales, excepto las de carga y repatriación de ciudadanos varados en el exterior.

Juan Manuel Ballestero tomó 200 euros que tenía ahorrados, cargó el velero con comida y zarpó el 24 de marzo desde Porto Santo, en el archipiélago portugués de Madeira, que no sufría aún el impacto del covid-19. Había llegado hasta allí en un viaje de regreso a España, su residencia habitual, que por entonces ya había cerrado sus fronteras.

Tenía la seguridad de que la pandemia y el aislamiento por tierra y aire serían prolongados y quería estar con los suyos. La opción de echarse al mar era la más plausible.

“Me vine para mi casa, es algo humano”, afirmó el argentino.

El viaje incluyó momentos complicados a la altura de la línea del Ecuador y de Victoria, en el estado brasileño de Espíritu Santo. Tampoco fue fácil navegar por el Río de la Plata.

“No es una travesía habitual para una embarcación de porte pequeño y uno está limitado”, explicó el marino de larga experiencia, quien ha pescado en Alaska y en el Atlántico sur y se ha desempeñado en ocasiones como patrón de veleros oceanográficos que buscan ballenas y realizan prospecciones medioambientales.

Juan Manuel Ballestero contó que sufrió un momento de especial miedo cuando por el oleaje su embarcación de fibra de vidrio quedó tumbada a unas a 150 millas de Victoria. Dijo que en ese momento “podía haber perdido el mástil” cuando lo sobrepasó una ola por arriba.

“El barco se acostó, no pude achicar la vela a tiempo y se me cortó el arraigo de un cable. En Brasil me ayudaron a repararlo”, agregó.

El hombre dijo que hubiera sido ideal arribar a Mar del Plata a mediados de mayo para celebrar con su padre sus 90 años, pero acotó que lo importante es el reencuentro que se producirá en unos días más.

Juan Manuel Ballestero dijo que ya ha tenido aventuras suficientes en alta mar y que piensa quedarse en la casa que tiene cerca de la de sus padres.

“Planto la huerta y me compro tres gallinas. Haré el aguante (compañía) a los viejos para pasar el invierno. Quiero estar en familia”, sostuvo.

 

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