En septiembre dos son los hitos que nos entrega la historia de Chile: las Fiestas Patrias y también e Golpe de Estado de 1973. Muchos recuerdan la figura del Presidente Salvador Allende y su último discurso. Pero pocos recuerdan la inmolación de otro Presidente de la República.
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Se trata de José Manuel Balmaceda, mandatario constitucionalmente electo que enfrentó el alzamiento del Congreso y la Armada para imponer un régimen parlamentario, en contra del origen de la constitución de 1833.
El mandatario, respaldado por el Ejército, defendió al orden constitucional en la Guerra Civil de 1891, conflicto interno que significó más muertes de chilenos que la Guerra del Pacífico.
Tras el triunfo de las fuerzas alzadas y parlamentarias, el mandatario se asiló en la Embajada de Argentina, en Santiago y tras cumplir su mandato presidencial, se quitó la vida, estableciendo esa ley tácita que un presidente de Chile no se entrega con vida a golpistas o sublevados. Un ejemplo que tomaría casi un siglo después del Presidente Allende ante la arremetida golpista.
En 1891 no existían radios o grabaciones para que Balmaceda dejara sus última palabras, pero el mandatario mártir sí dejó su «Testamento Político», en que se despide del pueblo y explica su accionar.
A 129 años del suicido de Balmaceda, te quedamos sus últimas palabras antes de que se dispara en la cabeza:
“Hoy no se me respeta y se me somete a jueces especiales que no son los que la ley me señala. Mañana se me arrastraría al Senado para ser juzgado por los Senadores que me hicieron la Revolución, y entregarme en seguida al criterio de los jueces que separé de sus puestos por revolucionarios. Mi sometimiento al Gobierno de la Revolución en estas condiciones, sería un acto de insanidad política. Aun podría evadirme saliendo de Chile, pero este camino no se aviene a la dignidad de mis antecedentes ni a la altivez de chileno y de caballero.
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«Estoy fatalmente entregado a la arbitrariedad o la benevolencia de mis enemigos, ya que no imperan la Constitución y las leyes. Pero Uds., saben que soy incapaz de implorar favor, ni siquiera benevolencia de hombres a quienes desestimo por sus ambiciones y falta de civismo”.
Luego Balmaceda agrega: “Mi vida pública, ha concluido. Debo, por lo mismo a mis amigos y a mis conciudadanos la palabra íntima de mi experiencia y de mi convencimiento político.
“Mientras subsista en Chile el Gobierno parlamentario en el modo y forma en que se le ha querido practicar y tal como lo sostiene la Revolución triunfante, no habrá libertad electoral ni organización seria y constante en los partidos, ni paz entre los círculos del Congreso. El triunfo y sometimiento de los caídos producirán una quietud momentánea; pero antes de mucho renacerán las viejas divisiones, las amarguras y los quebrantos morales para el Jefe del Estado.
“Sólo en la organización del Gobierno popular representativo con poderes independientes y responsables y medios fáciles y expeditos para hacer efectiva la responsabilidad, habrá partidos con carácter nacional y derivados de la voluntad de los pueblos y armonía y respeto entre los poderes fundamentales del Estado.
“El régimen parlamentario ha triunfado en los campos de batalla, pero esta victoria no prevalecerá. O el estudio, el convencimiento y el patriotismo abren camino razonable y tranquilo a la reforma y la organización del gobierno representativo, o nuevos disturbios y dolorosas perturbaciones habrán de producirse entre los mismos que han hecho la Revolución unidos y que mantienen la unión para el afianzamiento del triunfo, pero que al fin concluirán por dividirse y por chocarse. Estas eventualidades están, más que en la índole y en el espíritu de los hombres, en la naturaleza de los principios que hoy triunfan y en la fuerza de las cosas.
“Este es el destino de Chile y ojalá que las crueles experiencias del pasado y los sacrificios del presente, induzcan a la adopción de las reformas que hagan fructuosa la organización del nuevo Gobierno, seria y estable la constitución de los partidos políticos, libre e independiente la vida y el funcionamiento de los poderes públicos y sosegada y activa la elaboración común del progreso de la República.
“No hay que desesperar de la causa que hemos sostenido ni del porvenir. Si nuestra bandera, encarnación del Gobierno del pueblo verdaderamente republicano, ha caído plegada y ensangrentada en los campos de batalla, será levantada de nuevo en tiempo no lejano, y con defensores numerosos y más afortunados que nosotros, flameará un día para honra de las instituciones chilenas para dicha de mi patria, a la cual he amado sobre todas las cosas de la vida.
“Cuando Uds., y los amigos me recuerden, crean que mi espíritu, con todos sus más delicados afectos, estará en medio de Uds.”.