A medida que pasan los días, se van dando a conocer más detalles del extraño perfil y comportamiento que tenían Gerald Repetto (27) y Rubén Soto (18), los dos imputados por la violación y posterior homicidio del menor Emilio Jara de 12 años, quien fue hallado sin vida y con heridas cortopunzantes a orillas del río Liguay, en la comuna de Longaví, el pasado viernes.
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De acuerdo a antecedentes recopilados por Publimetro, una familia vecina del sector donde residía la víctima había entablado una especie de cercanía con ambos acusados durante los últimos meses. Todo, a partir de la precaria situación económica y laboral que la pareja mantenía.
Según la madre de la menor que los conocía, la relación comenzó cuando “mi hija se acercó a Rubén para poder tocar a los animalitos en la plaza y a conversar con él. Después ellos comenzaron a llegar a la casa, no sé cómo habrán dado con la dirección, de primera venían como una visita normal y luego se iban”.
Con el correr de los días, la mujer relata que “de repente habían días que estaban el día completo aquí, uno dejaba de tener su vida normal por atenderlo a ellos. A ellos no les importaba mucho el tema de la pandemia porque salían y su vida normal”.
“Ellos decían que no tenían trabajo, que no tenían qué comer, fuimos teniendo compasión, y así fue como los acogimos, a apoyarlos, a aconsejarles que no bajaran los brazos, los invitábamos a almorzar, a tomar once, y eso no más”, relata la mujer de 35 años.
Caso Emilio: «Trajinaban las ollas, abrían el refrigerador»
A medida que pasaban las semanas, la mujer asegura que el comportamiento de ambos comenzó a cambiar, “sobretodo el de Rubén, él invadía el espacio, abría las puertas de los muebles, el refrigerador, mis hijas si estaban comiendo algo, el le quitaba la comida”.
El testimonio de la mujer es respaldado por su hermana, quien también reside en la casa y no quiso revelar su nombre. “Trajinaban las ollas, buscaban comida, hasta que un día le ocuparon el agua a mi mamá para lavar el vehículo, ahí mi mamá se molestó, porque fue un gasto y ni siquiera lo pidieron, mi mamá se molestó y les dijo que no vinieran nunca más a la casa porque se estaban tomando atribuciones que no les correspondían”.
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A tal punto llegó la «confianza» de los sujetos, que la madre de la menor relata un episodio que lo cambió todo en torno a la dinámica de la relación. «Después de un tiempo, Rubén era muy apegado a mí, a cada rato quería tomarme en brazos. Después fue irrespetuoso, comenzó a tocarme el cuerpo, a pellizcarme”.
Incluso, la mujer relata que una tarde durante una siesta “siento su boca encima de la mía, yo despierto y le digo qué onda h…, y él me dice ‘no tía es que me vengo a despedir’. Ese tipo de actitudes no la habíamos visto. Nunca vimos algo para pensar que ellos tenían una mente depravada”.
A partir de ahí ambas mujeres relatan que los dos imputados por el crimen comenzaron a tomar distancia con la familia. “Pasaban, pedían un cigarro y después se iban. La última vez que vinieron dijeron que habían tenido problemas, que el abuelo los echó de la casa y poco menos nos pidieron que se quedaran aquí, pero el espacio es chico”.
La mujer asegura que ambos eran problemáticos. “Llegaron a otro terreno, donde ellos instalaron la casa rodante, volvieron a tener problemas. Allá también los echaron. Volvieron al sitio de la mamá, y donde estuvieron tuvieron problemas”.
“Yo le decía a Rubén: ‘no puedes responder de esa forma, nadie los va aguantar’, y ellos decían ‘sí tía tiene razón’, pero en el fondo nunca hicieron caso de todo lo que le decíamos”, narra la mujer quien vivía muy cerca de Emilio.
Otro hecho que le llamó la atención fue el relato que Rubén en una oportunidad le contó sobre su vida: “Él decía que era primo de una mujer peligrosa, cabecilla de una banda, y que si chispeaba los dedos, aquí se iba a llenar de gente y que harían mierda a las personas que le hicieran daño. Nos decía cosas para amedrentarnos”.
Una vez consumado el crimen de Emilio, la mujer señala que «al principio no pensé que podían ser ellos, pero el día viernes empecé a unir las piezas y todo me calzaba: el jueves cuando el niño se pierde, yo estaba sentada afuera y como a las 16:30 horas me extrañó que no saludaran, porque pasaron en el auto con una sonrisa como maldadosa, de que algo iban a hacer…«.
Finalmente, y horas después del funeral del pequeño Emilio de 12 años, la mujer concluye que «sentimos que estos tipos nos metieron el dedo en la boca, como que se rieron de nosotros, ojalá haya justicia y que no salgan nunca más de la cárcel».