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Canal 13
Por: Marcelo Ibáñez / @cajitaxd
Basta con ver un capítulo de “Avenida Brasil”, para entender porque esta telenovela brasileña tuvo 38 millones de televidentes de promedio en su país de origen, alcanzando los 80 millones durante su último capítulo. El mismo que vació las calles de las principales ciudades de Brasil e hizo que la propia Presidenta de ese país, Dilma Rousseff, postergara un acto público para no perderse el final de la novela.
Un solo capítulo basta -sobre todo si es alguno de los diez primeros- para comprender que el fenómeno se replica en Chile, marcando ratings de más de dos dígitos a media tarde, convirtiéndose en un usual trending topic de twitter y logrando importantes audiencias hasta en sus repeticiones de trasnoche, las mismas que se trasladaron, en forma de resumen, a los viernes en horario prime.
Aún cuando uno desconozca la trama, lo primero que impacta de “Avenida Brasil” es su voluptuosa fotografía, de una calidad pocas veces vista en la televisión de este lado del mundo. Una fotografía cálida a medio camino de la luminosidad cinematográfica y el resplandor publicitario, que sitúan al telespectador en una ensoñación. Pero en un sueño lúcido, con ese brillo que el mundo real solo alcanza después de un día de lluvia, producto de una dirección de arte repleta de detalles que siempre remiten a la realidad. Eso, sumado a bellas actrices y actores con cutis dignos de comercial de crema anti envejecimiento, convierten a “Avenida Brasil” en un dulce visual, en un bocado de deleite sensorial que entra por la vista.
Pero la belleza no es suficiente Acá hay una historia. Una historia de drama griego fatal e irreversible, que encadena a las emociones más primigenias de todo ser humano: la sed de justicia. Claro, las grandes teleseries siempre han apelado a eso, al conflicto social como marco mayor y la miseria humana como fuente de conflicto. A la guagua perdida, la niña ciega, el amor prohibido y personajes que durante la mayor parte del relato desconocen el trágico destino que los dioses han tejido como condena. Y uno como espectador sabe más que todos ellos. He ahí el verdadero drama.
Acá el drama es el de Rita, una niña que pierda a su madre y luego a su padre, en manos de una madrastra que haría persignarse al mismísimo demonio. Una niña que es abandonada en un basural, donde conoce el amor que se reencontrará años más tarde, cuando se haga pasar por la sirvienta de su ex madrastra en busca de justicia. Ufff, escribirlo fue cansador y leer este resumen del conflicto debe ser un agote. Pero no se engañe. Si aún no ha visto esta teleserie, olvídese del melodrama histérico a lo teleserie caribeña. Acá hay pura tensión en el relato que obliga a buscar en internet los capítulos de la teleserie -está completita, es cosa de googlear- por puro síndrome de abstinencia.
Y ahí está Carmina. La más malvada bruja manipuladora que te puedas imaginar. Y el contexto social de una familia que sale de la pobreza a punta de goles -el protagonista es un futbolista brasileño- y de emprendimiento -un exitoso salón de belleza- que retratan el surgir de una clase media brasileña que deja la pobreza pero que siempre puede volver a ella, un relato que puede identificar a cualquier país que como el nuestro y Brasil, haya vivido décadas de un crecimiento económico que parece haber chorreado lo suficiente. Y quizás es ese el principal logro de “Avenida Brasil”, que a pesar de abordar un dramón clásico de telenovela, no esconde el país en el que se desarrolla si no que lo muestra sin tapujos. De la mansión al basural. Una gran diferencia con las novelas nacionales donde la comedia pícara siempre endulza el contexto social.
Del país con la mejor industria de teleseries del mundo, llega una de sus mejores obras. Una que si no es mejor que “Señora del Destino”, al menos le empata.