- Periodista especializado en cine, programador de Sanfic y comentarista de Radio Zero.
Desde su elogiado estreno mundial en el Festival de Venecia, este nuevo largometraje escrito y dirigido por Damien Chazelle no sólo confirmó el indudable talento que este joven realizador estadounidense ya exhibió hace dos años en «Whiplash», sino además se convirtió en el gran favorito de cara a los próximos premios Oscar, como lo han ido ratificando los distintos reconocimientos y nominaciones recibidos y el aplauso del público y la crítica.
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Y si bien no es una obra maestra y es una exageración considerarla «la mejor película del año», no se puede negar que como experiencia puramente cinematográfica, este musical es una delicia, irresistiblemente encantadora y contagiosa. De partida, como homenaje al género que no huele a naftalina y a mera nostalgia, sino que se siente vital y genuino; aunque no sea particularmente innovador, pues son reconocibles los guiños a los musicales hollywoodenses clásicos, y la poderosa influencia del cineasta francés Jacques Demy (más que su legendaria «Los paraguas de Cherburgo», en particular de la bella y adorable «Las señoritas de Rochefort»). Por lo mismo, la música de Justin Hurwitz, que justamente evoca las partituras de Michel Legrand, no es demasiado novedosa, pero es imposible no apreciar su belleza.
Quizá tienen razón quienes cuestionan que el guión, con su sencilla historia de amor en el contexto de un Hollywood literalmente de película, no llega demasiado lejos, es muy cliché y bastante predecible, o que fuera de la pareja protagónica los demás personajes no tienen mayor importancia o desarrollo. Pero no es posible dejar de reconocer el carisma y la química que Ryan Gosling y Emma Stone despliegan en la pantalla, y cómo Chazelle los envuelve en un espectáculo de sonidos y colores que cautiva desde el notable número musical con el que comienza el filme, y consigue transmitir al espectador un aura romántica, una energía y fascinación que no se encuentran tan fácilmente en el cine actual.
«Hasta el último hombre»
Considerando que a lo largo de su trayectoria de cuatro décadas en el cine Mel Gibson ya protagonizó películas bélicas ambientadas en el siglo XX como la recordada «Gallipoli» y «Fuimos soldados», y que en su faceta como director ya ha llamado la atención por la crudeza con que expone la violencia que puede soportar el cuerpo humano, tarde o temprano tendría que abordar en algún momento la Segunda Guerra Mundial.
Diez años después de «Apocalypto», en este quinto largometraje como cineasta sorprende por la historia real del primer objetor de conciencia del ejército estadounidense que logró ser condecorado a pesar de su rechazo a la violencia, fundamentalmente gracias a su valeroso comportamiento en la batalla de Okinawa, en pleno 1945.
A Gibson se le podrán cuestionar muchas cosas, como caer en los clichés sentimentales, algunos excesos discursivos o abusar del impacto sangriento en más de un momento, pero filma bien el relato, sabe dirigir a sus actores, maneja la tensión y consigue impactar y hasta emocionar con la energía de sus escenas de combate.
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