Opinión

“Jackie”: enrarecida y mortuoria

  1. Periodista especializado en cine, programador de Sanfic y comentarista de Radio Zero.

La séptima película de Pablo Larraín, producida por Darren Aronofsky (director de «Réquiem por un sueño» y «El cisne negro»), estrenada mundialmente y premiada en el Festival de Venecia, nominada a tres Oscar y elogiada por críticos de las más diversas latitudes, encuentra al cineasta chileno en pleno ejercicio de su talento y superando con ventaja los riesgos que implicaba una producción como ésta: un trabajo por encargo, hablado en inglés, filmado en Francia y Estados Unidos, con un elenco de sólidos y reconocidos actores y centrado en un personaje estadounidense emblemático a nivel histórico, político y social.

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De partida, es ineludible destacar la intensa y potente actuación de Natalie Portman, en un rol protagónico que la muestra tan pronto frágil y vulnerable, como autoritaria, impulsiva, segura de sí misma e incluso en algunos momentos manipuladora.

También sobresale la magnífica ambientación de época, a través del diseño de producción de Jean Rabasse y el estupendo vestuario de Madeline Fontaine, ambos franceses.

Con un ritmo muy particular, un guión de Noah Oppenheim que alterna hábilmente el pasado y el presente de la protagonista, y el fundamental apoyo del montajista Sebastián Sepúlveda (también chileno), Larraín escapa del cliché de los filmes biográficos y opta por una puesta en escena atípica para una película de este tipo, que sobresale por la atmósfera y el tono enrarecido y mortuorio que domina todo el largometraje, acentuado por la fotografía del galo Stéphane Fontaine y la interesante y poco convencional partitura de Mica Levi. Quizá «Jackie» no sea tan fácil de apreciar o asimilar para un público más masivo, pero eso no le resta méritos, y en términos temáticos y estéticos, al verla en el contexto de la filmografía que ha ido desarrollando su director a lo largo de una década, no deja de sorprender la coherencia que demuestra con sus trabajos anteriores.

«Animales nocturnos»

Siete años después de su debut como cineasta en «A Single Man», el diseñador estadounidense Tom Ford estrenó este segundo largometraje en la competencia oficial del Festival de Venecia, con el cual ha generado tanto entusiastas elogios como intenso rechazo de parte de los cinéfilos, dependiendo del espectador. Adaptando una novela escrita hace dos décadas, el guión del propio Ford nos sumerge en una trama que entremezcla la realidad pasada y presente de la protagonista con la ficción de la novela que lee obsesivamente durante las noches. Un desafío no menor, con el cual el realizador cumple a medias, si bien hay que reconocer que de partida como en su ópera prima, saca buen partido a su estelar elenco y destaca la melancólica e inquietante atmósfera que consigue generar y transmitir al público, gracias a un estupendo trabajo en la dirección de arte, fotografía y la sugestiva banda sonora. Aunque tiene un perturbador y logrado tramo inicial, el desarrollo posterior no está al mismo nivel, se alarga, presenta problemas de ritmo, e incluso se puede sentir pretencioso y vacío cuando no consigue profundizar bien las alternancias de tiempo y ficción y realidad.

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