- Capellán UC. Twitter: @hugotagle
Este jueves 8 de marzo conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, fecha que recuerda la muerte de más de un centenar de trabajadoras durante una huelga. Sólo pedían igualdad salarial, disminución de la jornada laboral y tiempo para amamantar a sus hijos. Eso, les costó la vida. Desde entonces, las mujeres del mundo occidental han dado un ejemplo de lucha por igualdad de derechos y su pleno desarrollo. Digo occidental, ya que de esto se escucha y sabe poco del mundo oriental. Es de esperar que sus derechos en esa parte del globo experimenten también un mayor respeto o incluso un mínimo de consideración.
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Aún hay millones de mujeres en el mundo que son vendidas como mercancía; que no valen más que una vaca o un camello. En el mundo cristiano occidental se han logrado avances, pero todavía muchas mujeres viven en condiciones adversas. La Iglesia de Santiago en una carta recordó que muchas migrantes, privadas de libertad, adultas mayores, pobres, en situación de abandono, viven en condiciones miserables, mucho peor que los hombres en esas condiciones. «Ellas son el rostro más vulnerable de las mujeres que hoy abogan por una mayor visibilización en la sociedad».
El papa Francisco, en una reflexión de hace unas semanas sobre la Creación, subrayó el imprescindible valor de la mujer: «Cuando falta la mujer, falta la armonía. Solemos decir: «Esta es una sociedad con una marcada actitud masculina» ¿no? Falta la mujer. (…) Es ella la que trae esa armonía que nos enseña a acariciar, a amar con ternura y que hace del mundo una cosa bella».
Su capacidad de superación, su coraje ante la adversidad, su adaptabilidad a las situaciones más adversas son otras de sus virtudes.
Sería bueno revisar las causas del machismo, muchas veces más enquistadas en mujeres que menosprecian a sus pares que en los hombres. Una educación respetuosa de la mujer comienza en la casa, en la familia, de la mano de la mujer, quien enseña, desde la primera infancia a respetar al otro, a tratarse como iguales, a realizar tareas en conjunto con los varones. Una madre puede hacer mucho por erradicar costumbres machistas: pidiendo a sus hijos hombres iguales tareas que a las mujeres. No hay nada en casa que no pueda realizar igualmente un hombre: cocinar, lavar, planchar, tender la ropa, limpiar, poner flores o regar. Son los pequeños abusos machistas -que lamentablemente toleramos con cierta complicidad- los que llevan a los grandes abusos de poder y explotación.
Quien respeta a la mujer en lo cotidiano, será respetuoso de sus derechos en todo orden de cosas.
El Papa también advirtió contra la explotación de la mujer, «un crimen de lesa humanidad». «Pero explotar a un mujer es más: es destruir la armonía que Dios ha querido dar al mundo».
Un desarrollo social armonioso, pasa por el respeto a la mujer, que sus derechos sean los mismos que los de los hombres; porque las tareas hogareñas, familiares y laborales sean sana y sabiamente distribuidas. Con fuerza de mujer.
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