Opinión

El país que viene

  1. Comunicador multifacético, experto en marketing y redes sociales y emprendedor por naturaleza.

El error de la clase dirigente chilena es no entender el país que viene. Es muy divertido verlos los domingos en “Estado Nacional” debatiendo de política, sin todos los políticos en el canal del Estado. Por ejemplo, hablan todo el tiempo del Frente Amplio, pero no hay nadie del Frente Amplio.

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Es como una sensación del futuro. Un monstruo que les toca la puerta y no saben más que leerlos. No es culpa suya. Probablemente viven en la misma burbuja de filtro que tú. Claro que tu burbuja de filtro es Twitter, Facebook. Acá no es eso: son diarios, radios, charlistas. Se repiten en todos las promociones de esos medios para hablar de Chile. Y eso no es Chile.

Chile aparece en los terremotos, en las marchas. Chile a veces se enoja, pero vuelve a la casa y disfruta los feriados con la tarjeta de crédito que les dieron en el supermercado y ya está.

Chile igual quiere cambiar las cosas, pero no tanto si tiene un costo personal. Chile es veleidoso pero cariñoso con la víctima. Al final es comprensivo si le dices que llegaste atrasado por el taco, aunque sólo te quedaste dormido. Chile es alguien siempre pidiendo permiso, disculpa, por favor. Como si les estuvieran haciendo un favor y no exigiendo derechos. Chile detesta el liderazgo porque lo encuentra “barsa” y piensa “pero porque yo no estoy ahí”. Chile es de rumores. Chile es de todos.

Luksic captó Chile a la perfección: lo pelaban, entregaba plata a las fundaciones y lo pifiaban. Era un “poder” que de pronto apareció en frente de todos, en Twitter, como cualquier hijo de vecino. Y de pronto, tenía a 500.000 tipos pidiéndole algo. Se volvió un poco Farkas, pero desde sus intereses.

Por ejemplo, los libros de liderazgo, que estoy seguro, no le dieron ese consejo que a sus pares, desde los diarios, les molesta. Les molesta porque les dice que tienen que aparecer ahí. Que deben caminar un poco. Que deben sufrir el taco. Que no deben escapar tan rápido.

Ahí, las preguntas. Las dudas de adónde se va todo. Explotando en redes sociales. Quejándose. En la era en donde todos pueden opinar, realmente nadie opina. Hasta Alberto Plaza tiene una voz, cuando antes sólo cantaba sobre el amor. El amor es lo que falta, pero piensan que la atención es el sinónimo. Entonces explota el show de la carta en el diario que no leen nunca en la semana, pero está ahí, diciendo algo y nadie se lo pidió.

En la era en que cualquiera puede opinar o publicar algo con letra de “esto es grave” todo se vuelve banal. Nada es tan grave cuando todo es grave. Y en realidad, nada importa cuando hacen parecer todo importante. Estamos viviendo el final de los hechos y la explosión de las opiniones. Un país de panelistas donde la gente no busca un presidente: busca periodistas para administrar las voces y mandarnos a comprar a los comerciales.

Todo este cuadro es aun más increíble en medio de la era de los memes. Una autoridad sale diciendo que los memes han hecho que las redes colapsen. Todos comediantes. Todo es risa. Todo es patria.

Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro

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