Opinión

Nunca estuvimos tan bien; nunca estuvimos tan mal

  1. Comunicador multifacético, experto en marketing y redes sociales y emprendedor por naturaleza.

El domingo me encontré con un compañero de colegio. El lanzamiento de la reedición de OK Computer, un comercial de Carlos Pinto y ver torres incendiándose en video (Londres, un ghetto vertical) me llenaron de nostalgia por volver a casa. Lo único que nos diferencia a él y a mí del pasado es la barba. No habíamos hablado más de 10 minutos en los últimos 15 años. Pero ahí estábamos. Pensando qué pasó.

PUBLICIDAD

De partida, estamos viejos y sin hijos. Nos acordamos de fantasmas: nombres de calles, chicas, cartas escritas a mano. Bullying que ya no se puede hacer. “Todo lo que ya no se puede hacer” era el mantra. No es mejor ni peor: no se puede. Nos acordamos de un compañero pinochetista que propusimos alguna vez “volver gay porque su fascismo es descriteriado: tiene que aprender la diversidad” (así, textual) frente al profesor jefe. Profesor que atónito, luego del reclamo por los chistes, nos mandó a todos a recreo.

Todo esto en un colegio de curas. Todo incorrecto.

Hoy ese mismo compañero estudia para ser juez de la República y milita en Revolución Democrática. Cuando se metió a la universidad, conoció a gente aún más extrema que su pensamiento y se reconvirtió al progresismo con bandera y franja política. La vida de muchos. Sólo de fantasear que nos lo encontraríamos en un juicio, y seríamos secretamente condenados por el imparable tono de joda adolescente quinceañera de colegio en el pre-internet masivo, reíamos nerviosos.

No creo que eso haya sido mejor, es más, tomaría una máquina del tiempo para cambiar todo ese delirio grupal. Pero no se puede.

Lo que se puede es cambiar el futuro. Y hacer que nuestros hijos (del mañana) no sean tan tontos como nosotros.

Quizá eso fue lo más raro que conversamos: que en realidad, todos se quedaban repitiendo los lunares de odio, los problemas, en vez de entender que hay cosas que no se cambian por declaración, sino más bien por acción.

Parece que todo el tiempo estamos reclamando por lo que pudimos hacer. Como una revisión del daño sin contexto. Sé que estuve pésimo haciendo esos chistes (y tengo otros peores, que he escrito en estas páginas) pero si no tengo derecho a cambiar, si no escucho los motivos, si no aprendo, no soy nuevo.

Los hombres nuevos muchas veces necesitan al hombre viejo para hacer una labor inquisidora. En vez de educar, prefieren alejar.

Se ha ido configurando eso desde que muchos descubrieron de paso el placer de opinar sin contexto y ser parte de una catarsis desde el yo que sólo conduce a que entre todos nos distanciemos. A esa cultura tan chilena del pelambre sumada al Facebook. Ese Facebook que genera burbujas de distancia, de lejanía, de soledad y razón. Idiotez: sin un mundo, no hay persona. Sólo un idiota preocupado de satisfacer su propia localía.

Y no ver que algunas cosas están algo mejores. Pero para pocos.

“Nunca estuvimos tan bien; nunca estuvimos tan mal”, dijimos con mi compañero mirando un celular que no era Nokia.

Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro

Tags

Contenido patrocinado

Lo Último