Opinión

Una de las sensaciones de la temporada fílmica

  1. Periodista especializado en cine, programador de Sanfic y comentarista de Radio Zero.

Con sólo 43 años y un puñado de cintas que incluye «Shaun of the Dead», «Scott Pilgrim vs the World» y «The World’s End», desde la década pasada el británico Edgar Wright se ha convertido en uno de los realizadores de culto para la cinefilia actual. Su particular sentido del humor, el buen ritmo y la mirada a la cultura popular -destacando en especial el bagaje fílmico y musical- vuelven a ser sus mejores cualidades en su nuevo largometraje, «Baby: el aprendiz del crimen», el que quizá está consiguiendo el éxito y alcance más masivo a nivel internacional de toda su carrera, convertida en una de las sensaciones de la temporada. Sin ir más lejos, es la primera de sus películas que tiene exhibición comercial en cines chilenos. Y vale la pena.

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Una de las producciones cinematográficas con más derroche de «onda» de los últimos años, desde el inicio sorprende con sus espectaculares y adrenalínicas escenas de persecuciones automovilísticas, y la curiosa mezcla actoral que prueba con su elenco funciona muy bien: desde los protagonistas a las apariciones de conocidas figuras en fugaces roles -de Flea y Paul Williams al ya septuagenario cineasta y guionista Walter Hill-, todos se complementan a la perfección.

Tal vez se puede objetar que los personajes son esquemáticos e incluso unidimensionales, o que algunas situaciones rozan lo inverosímil, pero esto parece ser parte intencional de la fórmula de esta película juguetona y entretenida, que sabe utilizar bien los clichés y en varios momentos más que una comedia de acción parece un musical, por la fluidez casi coreográfica con la que se desplaza la cámara. En ese sentido, acá el montaje es fundamental, y se fusiona muy bien con la contagiosa banda sonora y sus canciones, que en una historia como esta son un ingrediente estratégico, tan importante como el look y los ecos cinéfilos.

«El bar»

Estrenada en el Festival de Berlín 2017, la nueva película del español Álex de la Iglesia insiste en defectos de su filmografía reciente que ya señalábamos el año pasado cuando se exhibió en Chile su anterior trabajo, «Mi gran noche». No tan lograda en su conjunto como ésta, acá nuevamente tiene un comienzo notable y dinámico, donde se lucen los ágiles y punzantes diálogos con ese humor negro, políticamente incorrecto y salpicado de agudas e hilarantes observaciones sociales que tan bien sabe desplegar el cineasta; pero luego del primer tercio de la película el guión -del propio De la Iglesia junto a su habitual Jorge Guerricaechevarría- pierde fuerza, y el esperpéntico relato y su galería de paranoicos y caricaturescos personajes se siente reiterativa. Menos coral que otras producciones suyas del último tiempo y con un grupo de actores que incluye varios rostros que ya han trabajado previamente con él -en especial la que es una de sus «musas», la veterana Terele Pávez-, no es uno de sus mejores filmes y vuelve a mostrar ciertos signos de estancamiento en su carrera, pero a pesar de eso conserva su esencia y el sello que aún cautiva, incluso en trabajos menores como éste.

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