- Periodista especializado en cine, programador de Sanfic y comentarista de Radio Zero.
A pesar del paso del tiempo, cualquiera que vuelva a ver en estos días «Johnny 100 pesos» podrá entender por qué, a pesar de haber sido estrenada hace casi un cuarto de siglo, la película de Gustavo Graef Marino sigue siendo un referente de la cinematografía local. Con buenas actuaciones, un sólido guión y un ritmo inagotable, supo ser tanto incisiva en su observación social como también entretenida y dinámica como filme policial. Por lo mismo, que el realizador se atreviera con una secuela de su trabajo más famoso, más de 20 años después, era un desafío no menor, audaz y arriesgado al considerar el prejuicio que suele rondar a las segundas partes de cintas conocidas; por un lado, podía ser un nuevo triunfo, pero también corría el riesgo de defraudar o no estar a la altura.
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Lo bueno es que la nueva película supera los obstáculos, y funciona mucho mejor de lo que se podía esperar. Claro que hay cosas que no convencen, en particular del guión, tanto en algunas discutibles e inverosímiles soluciones argumentales como en el perfil de algunos personajes y sus arranques de caricatura y parodia. Pero no se puede negar que «Johnny 100 pesos, capítulo dos», a pesar de más de un trazo grueso, sabe mantener el espíritu de la propuesta original, teniendo la inteligencia de contrastarla con el presente, a través de lo simbólico que puede ser reflejar el Chile actual desde la mirada de alguien que estuvo encerrado en la cárcel durante dos décadas y al salir se encuentra con un país muy distinto al de 1993.
En una curiosa coincidencia, en estos días coinciden en la cartelera local los nuevos estrenos de dos directores emblemáticos del cine chileno de los 90: Gonzalo Justiniano y «Cabros de mierda», y Graef Marino con esta secuela. Y tal vez sin proponérselo, en su puesta en escena y en las ideas que tratan de desarrollar, ambos dan la impresión de estar un poco anclados al tipo de producciones que era habitual en esos años, muy diversas a lo que hoy se ve habitualmente en el cine nacional. El responsable de títulos tan recordados como «Sussi», «Caluga o menta» y «Amnesia» tiene más de un acierto -la ambientación de época, el uso de imágenes de archivo, ciertas actuaciones- pero también varias cosas que criticarle, en especial esa sensibilidad ochentera y noventera con la que aborda su historia y la interacción entre sus protagonistas; por el contrario, Graef Marino también denota esa tendencia, pero sabe ir más allá al tener la inteligencia de plantear ese contrapunto entre el pasado y el presente, sin ceder a la tentación de la nostalgia plana y burda.
Por el camino, «Johnny 100 pesos, capítulo dos» tiene un ritmo intermitente, no logra total fluidez en las transiciones temporales que plantea su guión al intercalar lo que está pasando con lo que ya ocurrió, y no consigue que todos los integrantes de su elenco sean igualmente efectivos (aunque el protagonista, Armando Araiza, sabe jugar muy bien con la posibilidad de retomar a su personaje y mostrar sus conflictos y su evolución interior), pero el resultado por suerte es mucho más interesante de lo que más de alguien pudo esperar.
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