- Periodista especializado en cine, programador de Sanfic y comentarista de Radio Zero.
La indagación en los siempre complejos lazos familiares es habitualmente uno de los puntos de partida más potentes y conmovedores en el género documental, y en particular aquellos que se vieron condicionados por circunstancias históricas y políticas suelen sentirse aún más incisivos, en especial a nivel latinoamericano.
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En las últimas décadas en nuestro país se ha desarrollado una verdadera vertiente en este ámbito, y un nuevo exponente es este largometraje de Andrés Lübbert, por el cual fue distinguido como mejor director en la Competencia de Cine Chileno en Sanfic, donde el filme también ganó el Premio del Público.
Hijo de padre chileno y madre belga, el realizador explora su propia historia familiar, a partir del pasado de su progenitor, Jorge, con quien como él mismo reconoce ha tenido una relación que nunca ha sido todo lo estrecha que él hubiera querido.
Según el hijo, su padre ha estado toda su vida «escapando de su pasado, de su realidad, de su familia, de sí mismo», y para entenderlo mejor decidió hace ya más de una década realizar un documental, en el que con el paso de los años logró involucrar de manera directa al propio Jorge, quien por mucho tiempo había preferido entregar un relato más matizado e incluso romántico de sus experiencias en los primeros años de la dictadura chilena, así como de los motivos que lo llevaron a irse a Alemania en 1978 y posteriormente a Bélgica.
El verdadero rompecabezas que intentará armar Lübbert hijo, en el cual irán saliendo distintas cosas a la luz, incluye diversos recursos: desde un viaje a Berlín en el que incluso tendrán acceso a los archivos de la Stasi, hasta el relato de recuerdos personales del padre recreados por la voz del joven actor Nicolás Durán, pasando por testimonios de cercanos a la familia -como el tío de Andrés, hermano de Jorge y también cineasta, Orlando, el mismo de la recordada «Taxi para tres»-, la visita a sitios de Santiago significativos para lo que ocurrió, y un sugestivo uso de la banda sonora de Alejandro Rivas Cottle.
Estrenado a lo largo del país a través del programa Miradoc en un mes tan idóneo para una historia como ésta, el documental es tradicional en su forma y quizá las reflexiones o comentarios de la voz en off del director se sienten un poco monótonos y reiterativos, pero eso no resta fuerza al impacto emotivo que puede desarrollar.
La figura del padre no es particularmente simpática, a menudo se muestra hosco, brusco, impaciente y esquivo, tratando de que las filmaciones sean breves; esto puede ser por un lado ya que durante años ha sido camarógrafo de guerra y por lo mismo sabe mucho del oficio, pero por otro porque también le incomoda mucho esta indagación.
Algunos detalles espeluznantes y las tensiones que van apareciendo conforman una película que consigue conectar con el público y le permite compartir y comprender los sentimientos y la sicología de sus dos protagonistas.
Un nuevo e interesante eslabón en una filmografía en torno a estos temas que nunca deberíamos dejar de conocer y profundizar.
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