Opinión

La larga marcha de las Farc

  1. Analista internacional

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) abandonaron la lucha armada. Pero no han perdido su voluntad por gobernar el país. Proclaman que los ideales de lograr una sociedad más justa están intactos. Pero el método es otro: han cambiado la bala por el voto.

El Papa dijo en febrero del año pasado que visitaría Colombia cuando la paz fuese una realidad. Por lo pronto, el gobierno promete asegurar la vida de los guerrilleros que entregaron sus armas. A su vez, los insurrectos han conformado la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, el nuevo partido político que conserva el acrónimo Farc. En la superficie todo bien. Pero las heridas abiertas por más de medio siglo no cicatrizan tan rápido.

Las desconfianzas y los fantasmas están presentes. Los guerrilleros recuerdan la suerte corrida por la Unión Patriótica en un intento previo de participación política. Millares de militantes de la organización fueron asesinados por agentes del estado y paramilitares que en muchos casos eran una misma mano. Temen que el paramilitarismo esté al acecho. Ya denuncian la muerte de decenas de dirigentes sociales y activistas por los derechos humanos en lo que va corrido del año.

En la derecha colombiana no creen que la vieja Farc entregó todas sus armas. Ni tampoco ha declarado todos sus haberes como fincas y emprendimientos comerciales. Sospechan que las disidencias que no se han sumado al proceso de paz actúan como una retaguardia consentida por el ahora partido Farc.

Más allá de los resquemores inevitables tras una guerra, que dejó más de doscientos mil muertes y millones de desplazados, el grueso de los colombianos confía que el país cierre un capítulo amargo. Durante las últimas décadas las Farc figuraron en el centro del quehacer político del país. Ahora está por verse cuánto gravitan sus propuestas.

Tras el congreso realizado la semana pasada, en el que participaron más de mil ex guerrilleros, se aprecian cambios. Como un movimiento de mayoría campesina, la tenencia de la tierra y la necesidad de una reforma agraria figura alto entre los objetivos. Pero las propuestas para el resto de la sociedad no difieren mucho de las izquierdas de América Latina. El programa socialista de la Farc no cuestiona la propiedad privada y ve con buenos ojos una economía mixta. En lo que todos coinciden es que los niveles de desigualdad actuales son inaceptables. La incógnita es si lograrán por la vía de los votos lo que no consiguieron con los fusiles. Las decenas de miles de militantes que por primera vez se congregaban a la luz pública, en la Plaza Bolívar, en el corazón de Bogotá, agitaron rosas rojas con la esperanza de llegar a las mentes y corazones de sus compatriotas. La dirigencia de las Farc sabe que sus limitaciones no fueron militares. Su dificultad mayor fue no conquistar el apoyo de las mayorías.

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