- Capellán UC. Twitter: @hugotagle
Vivimos en un mundo frágil. Nos gustaría que fuera más estable, sólido. La naturaleza se sostiene en un delicado equilibrio, tiene reglas muy complejas. La fragilidad es la constante en nuestra relación con el mundo. El terremoto trágico en México, el mismo día en que se recordaba el terremoto de 1985 que cobró más de 40 mil víctimas fatales, nos recuerda esa esencial característica de nuestra relación con la madre Tierra. Si la Tierra fuera tan pequeña como una manzana, su corteza sería tan delgada como su cáscara. Así de delicado es el escenario en el que nos movemos. Paradojalmente, los movimientos telúricos, volcanes, mareas y huracanes, hablan de la extraordinaria vitalidad del globo terráqueo. Marte es mucho más seguro que la tierra. No se mueve. Pero está muerto. Hemos convivido con esa realidad movediza, cambiante y sorpresiva durante miles de años. Y, si hacemos las cosas bien, podemos seguir haciéndolo por miles de años más.
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Lo propio de la Tierra es su vitalidad. Debemos preocuparnos el día en que se quede quieta, cosa que esperemos jamás ocurra. Atendida esta realidad, debemos convivir con ella en forma responsable, construir sobre seguro, revisar las precauciones en edificaciones, puentes y carreteras. La seguridad es signo de responsabilidad por el entorno, aprecio por uno mismo y por los demás. No faltan las voces alarmistas que siembran temores entre la población, aprovechando la ingenuidad de televidentes o auditores. Dios no ocupa estos desastres naturales para amedrentarnos y mucho menos para castigarnos. Son parte de un proceso natural con el cual, insisto, debemos aprender a convivir.
Sí es cierto que han aumentado fenómenos como grandes temporales o huracanes. Y sin duda se deben al cambio climático del que sí somos responsables. El papa Francisco nos lo advierte en su encíclica “Laudato Si”, sobre el cuidado de la creación. Si no enmendamos nuestra conducta, si no cuidamos responsablemente la naturaleza, caeremos en una espiral catastrófica sin retorno. La naturaleza ya nos está pasando la cuenta por nuestra irresponsabilidad. El calentamiento global, que trae consigo mayores inundaciones, se está sintiendo.
Pero no está todo perdido. Tomando las medidas adecuadas, podemos volver a transformar nuestro pequeño y frágil planeta en un hogar verde, fecundo, sano y robusto. Poco a poco asemeja a un desierto gris, estéril, opacado. Enormes áreas antes verdes, ahora nos contemplan tristes y apagadas.
Una buena propuesta de la Presidenta en la ONU fue zonas costeras sin bolsas plásticas. Un primer paso para no seguir haciendo de nuestras playas un inmenso basural.
Este domingo es el último de septiembre, día de la oración por Chile. Una oportunidad para pedir a Dios a través de la Virgen del Carmen que nos ayude a construir un país de hermanos, a cuidarlo, a apreciar lo bueno que tenemos y velar responsablemente por ello.
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