- Gerente general de Fundación Portas
El 19 de noviembre serán las elecciones y los chilenos tendremos que elegir, entre ocho candidatos, al gobernante que representará nuestra nación durante cuatro años. Mi idea no es hacer campaña, pero sí quiero destacar que uno de los tantos temas que se van a mencionar en este período electoral va a ser el de la educación. En mis años de trayectoria laboral he tenido que relacionarme siempre con jóvenes provenientes de distintos contextos y soy un convencido de la importancia que tiene la educación en la juventud. Platón alguna vez escribió: “Si un hombre deja de lado la educación, camina cojo hasta el final de su vida”. Y tenía mucha razón, porque tener altos niveles de educación ofrece un sinnúmero de oportunidades, como, por ejemplo, el aumento del desarrollo intelectual de un país, lo que automáticamente genera la disminución de pobreza.
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Sin embargo, el término educación es muy amplio, es por eso que nos vamos a enfocar en la educación terciaria.
Una de las políticas públicas importantes que se han implementado en el país es la gratuidad en la educación superior para las familias que pertenecen al 50% de menores ingresos del país. Este hecho permitió abrirles oportunidades de financiamiento a estudiantes que antes no hubiesen podido costear los aranceles por su condición socioeconómica. Pero los jóvenes de contextos vulnerables no solamente necesitan el apoyo económico para cumplir el sueño de ser profesional, sino que también requieren políticas de inclusión.
¿Y qué entendemos por inclusión? Me sumo al concepto que plantea que la inclusión es asegurar el acceso, la permanencia y el egreso de los estudiantes, prestando especial atención a todos aquellos que, por diferentes causas, estén en situación de desventaja respecto a sus pares. Cada universidad, instituto profesional y centro de formación técnica debe contar con esas políticas para que el sueño de titularse lo logre la mayoría de sus estudiantes y que sus esperanzas de ser el primer profesional de su familia no queden en el camino. Un gran apoyo para la inclusión es introducir ramos de habilidades blandas en las mallas curriculares y ya hay varias casas de estudio que lo están efectuando. Los futuros profesionales del país no solamente deben contar con conocimientos cognitivos, sino que tendrán que desarrollar la capacidad de ser flexibles, proactivos, saber trabajar en equipo, entre otros.
Por último, la educación superior debe ser de calidad y para mí la definición que tiene el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo engloba lo que Chile necesita para que todas sus casas y centros de estudios lo logren: un espacio privilegiado para el desarrollo de acciones orientadas a la inclusión y justicia social; acceder a este nivel no sólo favorecería la adquisición de conocimientos y habilidades, también ofrecería instancias de encuentro social relevante, empoderaría a las personas y favorecería el desarrollo integral de los sujetos participantes.
Si pudiésemos mezclar todos estos ingredientes, calidad, políticas de inclusión, habilidades blandas y gratuidad, la mayoría de los más de un millón de estudiantes matriculados que hoy están en la Educación superior permanecería en sus carreras y se titularía oportunamente. Por eso, lo más importe es que este 19 de noviembre gane la educación.
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