- Comunicador multifacético, experto en marketing y redes sociales y emprendedor por naturaleza
El fútbol es un reflejo de los tiempos.
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Mientras cierro esta columna, no sabemos si Argentina va al mundial. Y por otro lado, Chile está contagiado de un optimismo desbordante. La selección venezolana no es tan mala como cuando podíamos meterle 10 goles e Islandia acaba de clasificar. Imagínate si le contabas esto diez años atrás a alguien. Te iban a tratar de loco.
Ahora aplica lo mismo a la política. ¿Quién te iba a decir que una estrella de reality show iba a gobernar el país más poderoso de la tierra? O, ¿quién iba a pensar que después de la crisis de 2011 Piñera iba a volver diciendo lo mismo de antes, pero ahora más enojado?
Todo esto con serias posibilidades de ganar. Realmente, si no es así, es oficial que no podemos confiar en nadie. Pero ojo: no podemos confiar en nadie. Las encuestadoras nos hacen sentir que estamos navegando sin brújula alguna y cualquier cosa puede pasar, desde que gane el ex Presidente en primera vuelta o algo extraño suceda con Guillier.
Todo esto está envuelto en una serie de burbujas de filtro que generan grietas ideológicas demenciales o incluso actitudes separatistas por parte de regiones de países convencidos muchas veces por la cantidad de likes.
El mundo nunca había estado tan poco claro. Y surfearlo con cinismo parece ser la mejor manera de soportar tanta dopamina (el químico de las emociones), que salta de todos lados a borbotones, con representantes que dicen ser “el pueblo” y juntan menos gente que mi cuenta de Twitter.
Es realmente una locura, todo el mundo parece ser importante. Hay candidatos que no marcan y ahí estan, y se ha desvalorizado absolutamente la lógica de “lo cubre la prensa, debe ser importante”. Pero eso también porque se cayó la careta de cómo son ustedes, los que nos leen. Los que se supone a veces “exigen que los medios sean mejores y más responsables” y muchas veces hacen click en la primera tontera que ponen.
Pero nadie va a decir o admitir que le gusta ver videos de gatos, o chicas en bikini. Eso no lo admitirán. Es más, les averguenza. Pero si lográramos meternos en sus navegadores, negarían a esas personas.
Andan de troll por la vida. No son capaces de admitir quiénes son en el mundo inseguro. Ni siquiera pueden soltar lo que su cabeza dice, con nombre y apellido. Los que lo hacen, en general son monstruos como los de Charlestonville. Pero otros son tu vecino y riegan el pasto. Y los naturalizas.
Muchas veces hago el ejercicio de surfear en cuentas de Twitter e Instagram y en los primeros veo más odio y obsesiones que los villanos de Batman y en los segundos más vacío que en una canción de Montaner. Pero ahí estan. Y se están llenando de sí mismos y enfermando.
Todo para soportar un mundo donde se piden licencias médicas para admitir que se odia el trabajo mecánico y repetitivo, al cual muchos sacan la vuelta soñando con volver a ser niños.
En general, los niños tienen permiso para ser egoístas y bobos.
Pero en el mundo inseguro hay muchos que abusan de ese tiempo, ¿no?
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