- Periodista especializado en cine, programador de Sanfic y comentarista en Tele 13 Radio
Investigación policial, crónica de un caso judicial, reflexión sobre los límites del arte, mirada sicológica a un individuo difícil de encasillar: todo eso y mucho más ofrece el documental «Robar a Rodin», primer largometraje del realizador Cristóbal Valenzuela Berríos que desde este jueves estará en cartelera a lo largo del país, como último título del ciclo anual del programa Miradoc. A partir del recordado robo en 2005 de una escultura de Auguste Rodin en plena muestra dedicada al célebre artista francés en el Museo Nacional de Bellas Artes, se desarrolla uno de los trabajos más agudos, atípicos y entretenidos del género a nivel local en los últimos años.
PUBLICIDAD
Mientras a menudo los documentales parecen seguir una fórmula que los hace incluso rutinarios, por muy fascinante que sea el tema en que se centran, este filme se las ingenia para sorprender con sus giros y ramificaciones, con la variedad de tonos que alcanza. Abordando un episodio bochornoso, que sólo podría haberse quedado en anécdota, «Robar a Rodin» sabe jugar con un particular sentido del humor, en especial cuando utiliza de manera ingeniosa e incluso lúdica escenas de archivo no directamente relacionadas con lo que se está contando, pero que sirven para contextualizar o generar un divertido comentario visual. Y por supuesto, cuando se intenta retratar a su complejo «protagonista», o mejor dicho el motor que impulsa toda esta historia: Luis Emilio Onfray Fabres, de quien en más de un momento podría parecer que la película se está burlando al mismo tiempo que provoca inevitablemente la risa del público, pero finalmente no lo juzga ni ridiculiza, y deja al espectador tratar de formarse su propia opinión en torno a la conducta y forma de ser del estudiante de Arte que hace 12 años sustrajera el «Torso de Adèle», para posteriormente devolverlo y justificarse con la excusa de ser parte de un proyecto artístico.
Registrado entre Santiago y París, no sólo con los testimonios de las diversas partes implicadas en el caso, sino además con las interesantes opiniones de expertos en arte de Chile y Francia, el documental mantiene un buen ritmo -un aporte en ese aspecto es el fluido montaje de Juan Eduardo Murillo, el mismo de «La once» y «Los niños»- y va abriendo diversas capas, desde las pericias policiales y legales iniciales hasta incluso un paralelo con otro recordado incidente de desaparición de una obra de arte, una fugaz pero sentida reflexión sobre la ausencia, o la indagación en la historia personal de Onfray Fabres. Algunos temas sólo se esbozan, pero de todos modos dejan huella en la audiencia, y a la larga todo este trabajo termina siendo un nuevo reflejo a nuestra forma de ser como chilenos, como ese «punguerío infinito» del que habla Pablo Chiuminatto. Si bien hacia el final la resolución pierde un poco de fuerza, de todos modos «Robar a Rodin» merece estar entre los buenos títulos de la cosecha 2017 del cine chileno.
Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro