- Analista internacional
La apelación de seis criminales de guerra de la ex Yugoslavia en la Corte de La Haya culminó de manera dramática. Slobodan Praljak, un bosniocroata, terminó sus días de propia mano. Al escuchar que le ratificaban la condena de 20 años de prisión, se puso de pie gritando que era inocente. Luego, ante el estupor de los presentes, bebió veneno de un pequeño frasco. Agonizante, fue llevado a un hospital donde falleció. Era la última causa del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (Tpiy) que cerrará sus puertas a finales de diciembre, tras 24 años de actividad. Una semana antes había condenado a cárcel perpetua por genocidio a Ratko Mladic, el general serbiobosnio. En particular, se le imputó la responsabilidad por la masacre Srebrenica y crímenes contra la humanidad cometidos durante el sitio de Sarajevo, la capital bosnia.
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Praljak estaba acusado de haber ordenado acciones militares que causaron, de manera deliberada, la muerte de numerosos civiles. Además se le culpó de dar la orden de destruir el famoso Puente Viejo de la ciudad de Mostar. La construcción del siglo XVI era un tesoro arquitectónico. Su voladura fue considerada como un crimen cultural. Los jueces estimaron que la acción estuvo destinada “a causar un desmedido dolor a la población civil musulmana”. Cabe recordar la célebre novela de Ivo Andric “Un puente sobre el Drina”, que le valió el Nobel de literatura, y que ya describía los odios étnico religiosos de los Balcanes.
La guerra en Bosnia (1992-1995), dejó más de cien mil muertos y unos 2,2 millones de personas desplazadas. Las batallas más cruentas y los mayores abusos fueron cometidos por los bosnioserbios. En un inicio, los bosniocroatas y los bosniomusulmanes lucharon juntos. Pero a poco andar, la alianza terminó y los bosniocroatas practicaron una política de exterminación y de limpieza étnica contra sus aliados.
Dos hechos precipitaron la creación del Tribunal Penal Internacional. El mismo día que en 1992 comenzaban a caer las bombas de la Otan sobre Belgrado, en Londres era detenido Augusto Pinochet por encargo del juez español Baltazar Garzón. En la comunidad internacional se percibió la necesidad de contar con un tribunal que juzgase a acusados de crímenes contra la humanidad. Ello, porque las cortes de sus países no contaban con la independencia suficiente para hacerlo. En el caso de la ex Yugoslavia, las atrocidades eran de tal magnitud y tantos los responsables de los diversos bandos, que se creó el Tpiy, que ahora concluye su trabajo.
Praljak se suicidó convencido de que sus crímenes respondieron a una postura patriótica. Lo mismo piensa el actual primer ministro croata, Andrej Plenković, que luego de ofrecer condolencias a la familia Praljak, señaló: “Su acto, que lamentablemente hemos visto, nos habla de la profunda injusticia moral contra seis croatas de Bosnia y el pueblo croata… Manifestamos nuestro rechazo e insatisfacción ante el veredicto”.
Las profundas heridas de las guerras balcánicas no terminan de cicatrizar. En todo caso, las condenas Tpiy traen algún consuelo a las decenas de miles de víctimas de un conflicto que nunca debió ocurrir.
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