- Comunicador multifacético, experto en marketing y redes sociales y emprendedor por naturaleza.
Esta semana utilicé Glovo. Glovo es una aplicación de origen europeo que tiene un acuerdo con Cabify. ¿Su caraterística? Te trae lo que le encargues o necesites. La tarde del sábado me encontraba en casa mirando series. Y se me ocurrió pedir helado, en un país sin delivery de esa clase (a lo más, Pedidos Ya te ofrece como opción Postres), por tanto, era una buena instancia para intentar usar este mecanismo.
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A las 16:55 lancé el mensaje bajado por la aplicación. Características del helado sumadas: mitad sabor dulce de leche y mitad banana split. Una hora más tarde tocan a la puerta de mi casa y llega. Un muchacho me hace firmar una tablet y recibo mi helado con un cargo de 1.500 pesos. Pensaba: si salgo de mi casa, y tomo el taxi al centro comercial donde pedí el helado, me sale el doble de eso, de base. Si tomo Metro, la cifra es similar. Sin gastar energía, recibo lo que quiero.
Los robots ganaron. A pesar de nuestras experiencias, preferimos usar Waze. Confiamos y, sinceramente, nunca deja de acertar. Soy fan de Google, a tal punto que me pasé a Android este año abandonando Apple en mi móvil. Ya usaba Chrome, Gmail, Inbox y todas sus tecnologías. Entonces, cuando me pasé al sistema empecé a recibir recomendaciones e información estratégica sobre mi vida, desde a qué hora tomar metro u horarios para irme a dormir.
Me manda la inteligencia artificial, lo que me permite disfrutar de mi inteligencia, pero ¿qué pasa si mi inteligencia pasa a ser administrada por un software e, incluso, llega a cobrar por mí?
¿Qué pasaría si un día una máquina empieza a tomar las reacciones de internet y a limpiarla de emociones tomando varios envíos de información? Podrían terminar dando las noticias. Si a eso le sumamos que el asistente de Google reconoce tonos de voz e, incluso, los lee con bastante perfección (whatsapp en el auto tiene una app que lo permite) es probable que muy pronto puedan reemplazar a los periodistas.
Las empresas como Glovo o Uber Eats (que acaban de llegar a Chile, ofreciendo platos de restoranes premium directamente al hogar, desafiando también de paso a los locales) tienen grandes ventajas para sus clientes, pero no para las personas que las operan. En España ya hay polémica respecto a esto, ya que los denominan colaboradores y no empleados. Son buenos trabajos los que emulan a las máquinas, pero el problema es que las máquinas no son justas con las personas. Los dejan sin derechos, apenas con una batería para celular. Y la regulación sobre sus ganancias es bastante discutible. Una cultura de intermediarios sin ningún tipo de límites. O sea, el más potente, increíble, de los Far West. Cuestión que confirma sólo una máxima: ya no existe ninguna seguridad en la Tierra. Ninguna de las que tuvieron nuestros padres. Sólo estamos condenados a la ansiedad del boletariado, ya ni siquiera vinculante con ese pedazo de papel que nos entregaba una ruta al contrato, llamado boleta.
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