- Analista internacional
Jerusalén es el punto más delicado en el conflicto palestino israelí. Tal es su importancia, que el asunto ha quedado postergado en las múltiples negociaciones de paz. Esto siguiendo la consabida fórmula de empezar a discutir sobre lo más simple y dejar lo más complejo para el final. No podía ser de otra forma. Para los palestinos la ciudad está en el corazón de su identidad nacional. El conjunto del mundo musulmán venera la mezquita de Al-Aqsa, que representa uno de sus principales lugares santos. Los judíos, a su vez, a lo largo de siglos de diáspora han orado: “Si me olvidase de ti, oh Jerusalén deja que mi mano derecha se paralice”. Los cristianos no fueron menos en sus esfuerzos por llegar al Santo Sepulcro a través de sucesivas cruzadas.
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Fiel a su carácter, el presidente Donald Trump decidió meter la mano en el avispero. Contrariando una política mantenida a lo largo de siete décadas anunció que Estados Unidos reconoce a Jerusalén como la capital de Israel y, en consecuencia, trasladará allí su embajada. Hasta ahora la sede diplomática estaba situada en Tel Aviv junto a las embajadas del resto del mundo.
Las razones de Trump para el cambio desafían la lógica. El mandatario estadounidense declaró que “era un paso que debió darse hace tiempo para avanzar el proceso de paz” y subrayó “que sería una ridiculez asumir que repetir exactamente la misma fórmula ahora daría resultados diferentes o mejores”. Por el momento, cabe esperar que el gobierno de Benjamín Netanyahu continuará con la implantación de nuevos colonos en la Jerusalén del este, también conocida como la parte árabe. Esta sección de la ciudad fue ocupada tras la guerra librada contra Jordania en 1967. Una vez anexada, Israel proclamó que su capital era indivisible. Hay más de 200 mil israelíes que viven en asentamientos considerados ilegales por la comunidad internacional.
Fortalecer la posición de Israel de manera alguna la alienta a una mayor flexibilidad para contribuir a la creación de un Estado palestino. Es cierto que las negociaciones de paz están estancadas, pero mover la embajada a Jerusalén no aporta a una nueva fórmula para salir del atolladero. Asesores de Trump señalan que la medida fortalecerá su credibilidad, al demostrar que cumple con sus promesas. Lo que no parecen percibir es que cargar la balanza a expensas de los palestinos es un gran retroceso. De cara al mundo árabe, Washington deja de ser un mediador con algún viso de imparcialidad.
Trump ha cumplido con una promesa repetida muchas veces a lo largo de su campaña presidencial. En su momento nadie se alarmó porque su victoria era considerada muy improbable. Pero ello le ganó las simpatías y probablemente los votos de los cristianos sionistas. Así se ha llamado a los evangélicos que hacen una lectura literal de la biblia y a partir de la cual apoyan en forma incondicional las políticas del gobierno israelí. También le valió el respaldo de sectores de la comunidad judía estadounidense, aunque la mayoría de ella se identifica con sus opositores del partido demócrata.
Para los palestinos podría ser el fin de la esperanza de lograr un estado independiente por la vía de negociaciones internacionales. Lo más probable es que deban revisar sus alianzas y diseñar una nueva estrategia.
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