Opinión

Papistas

  1. Comunicador multifacético, experto en marketing y redes sociales y emprendedor por naturaleza.

Por temas de trabajo, muchas veces me toca explicar Chile a extranjeros. Para partir, siempre suma comenzar con sus bondades climáticas (admitamos que vivir sin humedad ambiental como tema es maravilloso), vitivinícolas, escenográficas, gracias a su espectacular cordillera, y culturales. El chileno es familiero, amable en soledad. Tímido frente al ruido, primera fila frente al caos. En el grupo, agresivo. A solas, lleno de modales. Al final, el chileno siempre me recuerda a mis compañeros del colegio de curas. Esos que, cuando se cantaba “Jesús, en mi penetraste”, se reían como idiotas. Esos que compartían la foto de Geri Halliwell pixelada y sin ropa, de un puesto a otro, intentando que el profesor, en esa figura de Dios, no los mirase para transformarse en estatuas de sal.

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La Iglesia Católica nos ha influenciado culturalmente a un punto que no entendemos. Somos culposos y le evadimos al conflicto. Nos damos la paz, pero al final nos pelamos. Nuestros supermercados y barrios de prostitutas tienen nombres de santos. Hay rotondas con nombres de hombres juzgados por sus comportamientos en la Iglesia. Hasta hace meses, había una radio de rock controlada en un importante porcentaje por el mismísimo estado vaticano. Un canal de televisión grande tambien. Están ahí, siempre.

Están ahí, en las charlas de ¿a qué colegio fuiste? presentes. El mundo del San Ignacio, por ejemplo, es como de otra dimensión. Yo fui a un salesiano cuyo gran valor de medida era a nivel nacional el porte de la cancha y el gimnasio. Y lo único que heredé fue culpa. Por mi culpa, por mi gran culpa. Y muchas veces me asusto y creo y pienso “esto es porque estoy formado por una cultura” y me enojo conmigo. Y ahí es cuando descubro que todo es nuestra eterna formación. Nuestro Chile es una gran capilla.

Es increíble, pero incluso la crisis de la religión es asociable a nuestra actualidad. Antes en las poblaciones, la única lección moral era ese sacerdote de capilla pobre que daba la lucha. Ahora que ni eso existe, también hay más violencia, porque hay más vigilancia. Es una pena, porque a veces, la libertad es un bien que no se sabe usar.

Es muy probable que esta visita del papa Francisco no tenga más valor que el de cuando murió Patricio Aylwin: alguien importante, por supuesto, pero también a su vez, un objeto de otro tiempo. Le tratan de dar ínfulas desde la televisión pública al evento, pero no da. Es más importante, sinceramente, a esta altura, que venga Justin Bieber, que también es, a su manera, el líder de otra religión. Y así con todos los lideres espirituales. Antes la Iglesia Católica era otra cosa y su poder lo podía manifestar de las maneras más variadas, desde lo miserable del encubrimiento hasta el valor de la lucha de los derechos humanos. Hoy, es un teléfono con voz en nuestra cabeza a la sensación de Dios, a la protección, a la causa, a una fuerza que muchos asumen como suya, y eso es respetable, pero por desgracia también a ciertas ideas de siglos pasados.

Tan del pasado como no discutir una ley de identidad de género porque viene un líder de otro estado que se podría sentir ofendido. Un líder de un país, encima, sin ejército. Pero con un gran poder: la culpa, por tu culpa, por mi gran culpa.

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