- Analista internacional
La tradición olímpica sigue viva. En la antigua Grecia las ciudades suspendían sus guerras para participar en los juegos. Los atletas dejaban espadas y escudos para competir. Pasado el magno evento, los participantes volvían a sus ejércitos para retomar las armas.
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Ahora Corea del Norte y del Sur, que parecían al borde de un conflicto sólo hace semanas, están dispuestas a desfilar unidas tras una sola bandera. Un pabellón blanco con la silueta de la península en un azul que expresa la esperanza de reunificación. Será la novena oportunidad en que lo hacen. En la apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno, que comienzan en Pyeongchang el 9 de febrero, el equipo de hockey femenino desfilará con jugadoras de ambas partes. Estos son los acuerdos comunicados por Seúl y Pyongyang hasta el momento.
Entretanto, en Canadá, una veintena de países estudia cómo endurecer las sanciones contra Corea del Norte para obligarla a renunciar a su programa nuclear y misilístico. En Vancouver, los cancilleres de los estados que combatieron contra Corea del Norte, en la guerra librada bajo la bandera de Naciones Unidas 1950-53, liderados por Estados Unidos, pretenden aplicar la mayor presión económica sobre Pyongyang. Los ecos de la Guerra Fría no se han acallado. China y Rusia, que apoyaron con tropas y armas el intento norcoreano por dominar toda la península, están ausentes y critican los esfuerzos de sus antiguos enemigos.
El interés político por lo que ocurra en los Juegos podría superar a la pasión por la pugna deportiva. ¿El calor de la competencia podrá deshielar décadas de encono entre las dos Coreas? Cómo en otros encuentros olímpicos, ¿se buscará que coreanos del norte deserten de su país? Seúl suele exhibir a los desertores como la prueba de su superioridad sobre el régimen de Kim Jong-un.
Washington ha concentrado una gran capacidad de fuego para descargar contra Pyongyang. Cada cierto tiempo, ya sea el presidente Donald Trump o alguno de sus generales, deja entrever que un ataque está entre las cartas que se barajan. Trump ha señalado que una Norcorea con armas nucleares es inaceptable. A su vez, Corea del Norte ha empeñado recursos, incluso a costa del mínimo bienestar de sus ciudadanos, para lograr lo que estima es el arma disuasiva que no admite réplica: misiles intercontinentales armados con ojivas nucleares que podrían alcanzar cualquier punto de Estados Unidos. Kim se jacta de contar ya con el arma que le garantiza la seguridad frente a sus enemigos.
Es difícil vislumbrar cómo alguna de las partes renunciará a sus objetivos estratégicos. Más aún si se considera que China y Rusia, que son contrarias a una Corea del Norte con armas atómicas, no desean un cambio de régimen en Pyongyang. Japón, en tanto, ha adoptado una postura más agresiva y podría dotarse de armas atómicas si Norcorea logra consolidar su condición nuclear. Bien podría ocurrir que el interés mayor pase del medallero olímpico al trasfondo político.
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