Opinión

China con Xi Jinping hasta la muerte

  1. Analista internacional

El Partido Comunista de China (PCCh ) anunció que hará un breve, pero decisivo, cambio a la constitución nacional. Los comunistas eliminarán la cláusula que fija el máximo de dos períodos, de cinco años, para ocupar la presidencia. La propuesta será ratificada, en un trámite de oficio, por el Congreso Nacional del Pueblo en sus próximas sesiones.

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China no se rige por cánones democráticos occidentales. La conducción del país corre por cuenta del PCCh y, en particular, por sus estrechas instancias superiores. Los chinos bromean que el Partido es como un dios. No figura en la Constitución y no tiene poderes específicos, pero rige sus vidas. Sus 89 millones de miembros controlan todos los niveles del poder de Estado. La militancia es casi condición necesaria para alcanzar algún cargo influyente. Los comunistas no han hecho mucho por ampliar el ámbito de participación popular. Pero sí progresaron en crear una mayor institucionalidad y acotar la arbitrariedad en la toma de decisiones. Fijar plazos al ejercicio del poder de los líderes es una de las grandes falencias de los llamados socialismos reales, es decir allí donde gobiernan partidos comunistas.

En este sentido la decisión del PCCh es una gran regresión. Xi Jiping llegó a la cúspide del poder en marzo 2013 desplegando la bandera de la lucha contra la corrupción. Prometió que no se librarían ni tigres (los poderosos) ni moscas (los insignificantes). En su gestión ha hecho caer, encarcelado en la mayoría de los casos, a más de un millón de funcionarios públicos. Muchos lo acusan que, además de atacar a elementos corruptos, aprovechó para barrer con sus oponentes en el seno del partido. Es complejo realizar un balance en esta materia. El grueso de los chinos, en todo caso, parece satisfecho con el mayor control del gasto público y el fin de onerosos regalos y fastuosos banquetes.

Es de sentido común, sin embargo, esperar que una autoridad sin contrapesos ni fiscalización derivará en los vicios que dice combatir. China tiene un amargo pasado de errores descomunales impulsados por el PCCh. En primer lugar destaca el Gran Salto Adelante (1958-62). Fue un fallido intento de industrialización forzada. Un proceso que significó descuidar la agricultura y que condujo a la muerte por hambre de al menos unas 20 millones de personas. La razón por la que los yerros alcanzaron semejantes proporciones fue el miedo a la autoridad. Nadie osaba decirle al emperador que estaba desnudo. Todos falseaban e inflaban las informaciones sobre las reservas alimentarias. Tras malas cosechas quedó en evidencia que no había qué comer. Más tarde, entre 1966-76, la Gran Revolución Cultural liderada por Mao Tse Tung y la llamada Banda de los Cuatro dejó un saldo de al menos medio millón de muertes. Una de las causas de estos excesos fue el voluntarismo de Mao y la ausencia de controles institucionales.

Al concluir Xi sus primeros cinco años en el poder, en el congreso XIX del PCCh el año pasado, debió presentar al delfín designado para sucederlo. No lo hizo y despertó la sospecha que hoy se confirma de eternizarse en el mando. Peligroso para China y el mundo que depende en forma creciente de la estabilidad de la gran nación asiática.

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