- Periodista especializado en cine, programador de Sanfic y comentarista en Tele 13 Radio
El colorido espectáculo circense como cortina tras la cual se esconden dramas, dificultades y tristezas ha sido el marco desde clásicos fílmicos de distintos géneros como «La strada», «Freaks» o «Dumbo», hasta filmes como «Balada triste de trompeta». En el cine chileno, en 2014 se estrenó «El mago», de Matías Pinochet, y ahora llega «Cirqo», que aborda este contexto como contrapunto a los dolorosos años de la dictadura, cuando se convierte en el refugio para dos prisioneros que son perseguidos por un implacable agente.
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Aunque nunca faltan los que se quejan de que ya hay demasiadas películas locales que abordan esa época oscura, la verdad es que nunca será suficiente, sobre todo si se busca una mirada distinta y con una marcada vocación artística. En este caso, al frente del proyecto está el veterano Orlando Lübbert, el mismo que en 2001 ganara la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián con su anterior filme, «Taxi para tres». Que ya hayan pasado 17 años de su exitoso trabajo anterior y que a este nuevo largometraje le haya costado tanto llegar a cartelera (su producción se inició hace más de una década, por el camino falleció su productor y el debut en festivales fue en 2013 y 2014), da una idea de los vaivenes que puede tener el cine chileno, y da cierta perspectiva incluso en estos días de alegría que se viven por el Oscar.
Pero más allá de los factores que demoraron este estreno, Lübbert confirma que conserva sus cualidades como cineasta, en particular su sentido clásico de la puesta en escena (muy bien utilizadas las locaciones) y el sentido narrativo, y su habilidad como director de actores, potenciadas acá gracias al buen elenco, encabezado por un muy humano y conmovedor Roberto Farías. Quizá se pueden poner reparos al guión, que parte de una idea interesante y con innegables potenciales, pero por el camino se hace un poco confuso y errático en su desarrollo de personajes y situaciones. Sin embargo, esto no empaña los logros de este filme de emotivos alcances.
«Yo, Tonya»
Este sexto largometraje del director australiano Craig Gillespie («Lars y la chica real», «Horas contadas») aborda la historia real de la patinadora estadounidense Tonya Harding, en particular a partir del escándalo que se convirtió en un festín mediático en 1994: el ataque que sufrió su rival Nancy Kerrigan antes de los Juegos Olímpicos de invierno.
Construida con estilo de falso documental, «Yo, Tonya» es ágil, dinámica y despliega humor negro para retratar las vidas de personajes desagradables, egoístas, acostumbrados a los insultos y la violencia familiar, y a menudo derechamente estúpidos o patéticos.
Tanto en ese plano como en su mirada social, tiende a la exageración, al desborde histérico, lo que tal vez no agrade por igual a todos los espectadores, pero en conjunto conforma un relato atractivo, en el que se reconocen ecos del cine de los hermanos Coen, Tarantino o David O. Russell, y que se hace aún más potente gracias a las buenas actuaciones de su elenco, que incluye la interpretación por la cual Alison Janney acaba de ganar el Oscar a la mejor actriz secundaria.
Mención especial para los muy «chilenizados» subtítulos con los que se exhibirá en nuestros cines.
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