- Analista internacional
Los días de Rex Tillerson, como secretario de Estado, estaban contados desde que dijo que el presidente Donald Trump era un imbécil. Las versiones dan cuenta que ello ocurrió, en julio del año pasado, mientras Tillerson discutía con asesores militares la iniciativa del primer mandatario de ampliar drásticamente el arsenal nuclear. La imputación nunca fue desmentida por el ministro, que se limitó a decir que no comentaría sobre dimes y diretes.
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Lo notable es que Tillerson haya conservado el cargo hasta esta semana, cuando a través de un tuit se supo que estaba despedido. Sus fricciones con Trump fueron numerosas. Él era contrario a abandonar los Acuerdos de París sobre Cambio Climático. Estados Unidos es el único país que se ha marginado de ellos. Tillerson se oponía al traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén. Discrepaba con Trump en su intención de renegociar los acuerdos con Irán sobre el control de su programa nuclear. Le advirtió al presidente que no aceptase la invitación de reunirse con Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte en mayo. El año pasado, en octubre, Tillerson recomendaba cautela ante un posible conflicto con los norcoreanos y sugería abrir negociaciones con Pionyang. Entonces Trump declaró: “Yo le dije a Rex Tillerson, nuestro maravilloso secretario de Estado, que está perdiendo el tiempo tratando de negociar con el hombrecito de los cohetes (little rocket man)”.
La gota que habría rebalsado el vaso fue la acusación de Tillerson contra Moscú por el ataque al espía ruso Sergei Skripal y su hija en Inglaterra. La Casa Blanca tomó distancia y dijo que “apenas conozcamos los hechos, condenaremos a Rusia o a quien sea responsable”.
Tillerson realizó el mes pasado una gira por América Latina con el propósito de coordinar una política regional para acabar con el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela. Ahora el ministerio de Relaciones Exteriores está en manos de Mike Pompeo, que se desempeñaba como director de la CIA. Un halcón de tomo y lomo que proviene del Tea Party, la facción más extrema del partido republicano. En su condición de director de la CIA dijo que América Latina presentaba “riesgos políticos”. En ese plano, Pompeo afirmó que “Venezuela podría convertirse en un riesgo para Estados Unidos” y agregó: “Los cubanos están ahí; los rusos están ahí, los iraníes, Hezbolá están ahí. Esto corre el riesgo de llegar a ser un lugar muy malo, por lo que Estados Unidos debe tomarlo muy seriamente”.
La vacante dejada por Pompeo ha recaído en Gina Haspel, una funcionaria que estuvo a cargo del centro de detención secreto Green Site en Tailandia. Allí, bajo su dirección, se practicaron brutales torturas para extraer informaciones a islamistas de los cuales se presumía sabían sobre atentados. En un caso bien documentado, el de Abu Zubaydah, la CIA, luego de someterlo a tormentos, concluyó que no tenía mayores conocimientos.
En 2016, Trump declaró que “la tortura funciona” y que era partidario de los ahogamientos (waterboarding) y métodos aún más brutales. Con Pompeo en el Departamento de Estado y Haspel en la CIA cabe temer un retorno a prácticas aberrantes, que fueron prohibidas bajo el gobierno de Barack Obama.
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