- Arquitecta asociada de AOA
El año académico ha iniciado completamente y, como en sus versiones anteriores, muestra en sus primeros días los desafíos más relevantes en materias no sólo relacionadas a la calidad de la educación superior, sino que también sobre estándares de equidad de género.
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Este desafío es transversal para todas las carreras, pero es especialmente sensible en la arquitectura, si consideramos que las oportunidades para las estudiantes mujeres están igualando a las de los hombres.
Sin embargo, hay tareas pendientes. Primero, porque mientras las aulas se llenan progresivamente en la misma proporción de ambos géneros, los cuerpos docentes siguen inclinados a favor de los profesores hombres. Y, lo segundo, porque, pese al aumento de las estudiantes, sólo 30% de las arquitectas termina ejerciendo.
Como dijo la reconocida arquitecta española Beatriz Colomina, las mujeres han sido “las fantasmas de la arquitectura”, particularmente por el hecho de asociar la disciplina con la construcción, un mundo típicamente masculino.
El desafío es incluir a las mujeres arquitectas en un rol más profundo, superando estereotipos respecto a una supuesta fragilidad femenina en la construcción de obras. Persiste la asociación de la obra de las arquitectas a los atributos de belleza, suavidad de formas y otros tradicionalmente atribuidos a lo femenino. Esto no es intrínsecamente malo, pero perpetúa etiquetas que nos dejan en un desnivel.
La evidencia más clara está en el reconocimiento. En la historia de la designación del Pritzker -el premio más importante en la arquitectura mundial-, el caso Denise Scott es emblemático, pues a pesar de trabajar codo a codo junto a su marido Robert Venturi, no fue merecedora del premio de 1991.
De hecho, no fue hasta 2004 que este galardón fue entregado a una mujer. En Chile, el Premio Nacional de Arquitectura fue entregado -junto a su marido, Luis Izquierdo- a Antonia Lehmann en 2004, convirtiéndose en la primera y única mujer en recibirlo en toda la historia.
A pesar de estos obstáculos, el panorama ha cambiado. Las mujeres nos hemos incluido en el rubro con fuerza, rompiendo con la noción de que las competencias técnicas son exclusivas de los hombres. Habemos mujeres en la toma de decisiones, liderando oficinas y escuelas, poniéndose al frente de áreas todavía no exploradas.
Este contexto propicio nos insta a terminar con las sombras resistentes, relacionadas con una mayor presencia de mujeres como profesoras de los ramos de taller en las escuelas y su plena inclusión en las proyecciones profesionales, garantizando condiciones igualitarias con nuestros colegas hombres. Se trata de un llamado a la acción a nosotras mismas que, desde nuestras posiciones profesionales, podemos contribuir al camino de las futuras mujeres arquitectas y salvaguardar su decisivo aporte en la construcción de nuestras ciudades.
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