- Analista internacional
Si las palabras representan las intenciones de Estados Unidos y Rusia, el mundo corre peligro. A raíz de un presunto ataque con armas químicas, en la localidad siria de Douma, se ha desatado una crisis que enfrenta a Washington y Moscú. En Occidente se acusa a Rusia de avalar al régimen sirio de Bashar al Assad en el empleo de gases que habrían costado la vida a unas cincuenta personas y dejado centenares de heridos.
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El presidente francés Emmanuel Macron dice tener pruebas del empleo del letal gas cloro. Moscú, en todo caso, niega de manera tajante toda responsabilidad en los hechos y ha extendido su protección al régimen sirio, que además tiene el respaldo incondicional de Irán.
El presidente Donald Trump dio señales inequívocas de que prepara un ataque contra las fuerzas sirias. Para subrayar la gravedad de la situación, suspendió su participación en la ritual reunión hemisférica, la VIII Cumbre de las Américas, que tiene lugar en Lima, además de una visita a Colombia. Trump hizo trascender que prefería permanecer en su país para manejar una situación crítica que podía escalar con consecuencias imprevisibles.
Ante la inminencia de un ataque, el diplomático ruso Alexander Zasypkin dijo que su país derribaría cualquier misil y atacaría los buques, submarinos o aviones que los dispararan. Levantaba así la vara, pues en el pasado Rusia se había limitado al empleo de sus defensas antiaéreas, en caso que personal ruso estuviese bajo amenaza.
Han surgido dudas sobre qué dijo exactamente Zasypkin. Pero sin esperar mayores explicaciones, Trump recurrió al inefable tuit: “Rusia promete derribar todos los misiles disparados en Siria. Prepárate Rusia, porque ellos llegarán hermosos, nuevos e inteligentes. Ustedes no deberían ser socios de un animal que mata con gas a su gente y lo disfruta”.
De inmediato analistas estadounidenses enrostraron a Trump de caer en lo que había criticado a su predecesor, el presidente Barack Obama. Esto es, anunciar sus intenciones bélicas alertando al enemigo sobre los próximos pasos. Ya sea para sacarse el mote de inconsecuente o dejarse un mayor margen de maniobra, Trump volvió a la carga con un tuit que señalaba que el ataque: “Podría ser muy pronto, o no tan pronto después de todo”.
Más allá de las palabras, la Marina estadounidense, la británica y la francesa despliegan sus unidades con miras a una descarga misilística.
Suele ocurrir que las operaciones bélicas son encubiertas con altisonantes justificaciones éticas. En este caso, se trataría de trazar una línea roja frente al empleo de armas químicas. Pero la argumentación es poco convincente puesto que las mismas naciones que hoy impugnan los gases tóxicos los toleraron cuando Irak los descargó contra Irán en la guerra que libraron entre 1980-1988.
Según señaló el diario The New York Times: “El programa encubierto estadounidense durante la administración Reagan dio a los iraquíes ayuda clave para la planificación de batallas cuando las agencias americanas de inteligencia sabían que los comandantes iraquíes emplearían armas químicas en batallas decisivas de la guerra”.
El mismo diario cita a un alto oficial de inteligencia, Walter P. Lanz, que explica el pensamiento de entonces: “El empleo de gas en el campo de batalla por parte de los iraquíes no era un asunto de gran preocupación estratégica”.
Lo que importaba a Washington era derrotar a las huestes del radicalismo islámico iraní. Poco ha cambiado. No son principios los que están en juego, sino que quién dominará el Medio Oriente.
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