- Analista internacional
Las elecciones son una válvula de escape para las tensiones políticas. Es el mecanismo democrático para dirimir las diferencias. Esa es la teoría. En los hechos ocurre que en casos de alta polarización, como el que vive Venezuela, decae la confianza en la objetividad del proceso electoral.
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Los resultados de la elección del domingo 20, constituyen un éxito neto para Nicolás Maduro y sus seguidores bolivarianos. Votaron casi diez millones de electores, 46% del padrón electoral. Maduro acaparó 67% de las preferencias. El ex chavista Henri Falcón obtuvo 21%. Más atrás Javier Bertucci, un pastor evangélico, remató con 11%.
Los principales partidos opositores, agrupados en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), estuvieron muy cerca de recoger el guante y presentar un candidato. Pero a último minuto, asesorados por Washington, optaron por no participar. Justificaron su postura denunciando que no había garantías suficientes. Las quejas tienen fundamento, pero el objetivo de la marginación apuntaba a restarle toda legitimidad al régimen.
La experiencia enseña que restarse de los procesos electorales suele perjudicar a los que se ausentan de las urnas. Así lo demuestra un estudio de la estadounidense Brookings Institution, que analizó 171 procesos electorales en que una de las partes llamó a boicotear la elección. Chile, en un sentido inverso, es un ejemplo muy citado: el grueso de la oposición decidió participar en el plebiscito de 1988. Ello bajo dictadura y en condiciones bastante más adversas a las que enfrenta la MUD. La mayoría de los chilenos optó por la democracia. La abstención conduce, a menudo, a la irrelevancia política.
El gobierno venezolano ha ganado un respiro en el plano político. No así en el económico. Es difícil imaginar cómo enfrentará una inflación que el Fondo Monetario Internacional anticipa que alcanzará 13 mil por ciento en 2018. El país carece de reservas para cubrir su deuda internacional. Ello impide a las industrias importar maquinarias y materias primas. Más allá de la guerra económica denunciada por Caracas, la gradual paralización obedece a la ausencia de divisas.
Si lo anterior no fuese suficiente, ahora Venezuela enfrenta un oscuro cuadro internacional. Con Estados Unidos a la cabeza se perfila un cerco económico. Tras las elecciones, en palabras que anticipan un cambio de régimen, el presidente Donald Trump dijo: “He tomado medidas para evitar que el régimen de Maduro liquide los activos (…) que el país necesitará para reconstruir su economía. Ese dinero le pertenece al pueblo venezolano”. Mike Pompeo, el secretario de Estado, señaló el domingo que “la farsa electoral (en Venezuela) no cambia nada”. En realidad el panorama internacional empeora para Caracas. Los 28 países de la Unión Europea y 14 países latinoamericanos, integrantes del Grupo de Lima, tampoco reconocen los resultados de los comicios. Venezuela enfrenta un cuadro sombrío con un gobierno cercado y una oposición incapaz de abrirse paso.
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