- Obispo anglicano y ex capellán protestante de La Moneda
El conocido aforismo de Agustino, “Ama a Dios y haz lo que quieras”, deja entender que cuando el amor a Dios gobierna nuestras vidas, buscaremos agradar en todo a aquél que nos amó hasta la Cruz para perdonarnos. Si el amor a Dios nos motiva, fluirán inevitablemente el pensamiento y las acciones apropiadas desde ese amor.
PUBLICIDAD
Sin embargo, al cambiar la palabra clave, se invierte el sentido y se cae en un peligroso subjetivismo ético. “Rechazar a Dios” permite hacer lo que el ego quiere, constituye la luz verde a un engañoso egoísmo sin límites, un sutil encadenamiento al hedonismo, a la codicia y al abuso. El neoateísmo de Richard Dawkins, en un cartel puesto sobre un bus londinense, aconsejaba amigablemente: “Probablemente no hay un Dios, por lo tanto deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Casi como si creer en Dios nos privara del verdadero disfrute, de la libertad para desechar aún lo más sagrado con tal de lograr mis cómodos objetivos personales.
Nuestra experiencia pastoral es la opuesta. Los que llegan abatidos a nuestras iglesias hablan de cómo el rechazo a Dios los llevó por un largo recorrido de dolor y confusión. ¿Sorprende que de los labios del mismo Dawkins saliera también la confusa y barbárica recomendación: “Sería inmoral no abortar a los niños Down”? Claro que no. El ateísmo confunde sus principios morales. ¿Desde qué fundamento moral aconseja tan salvaje pragmatismo para una sociedad restringida en sus fondos de salud? “Haz lo que quieras”. ¿Qué lo diferencia de la monstruosa política eugenésica de los nazis? Si no existe Dios, efectivamente, no se puede fundamentar la moral objetivamente. Pueden existir intentos a “contratos sociales”, pero a la larga no hay razones morales para guardarlos, sino mera conveniencia personal. Es la puerta abierta a la ley de la selva. Y peor, este subjetivismo moral que rechaza a Dios también es la antesala a las ideologías que no necesitan de bases morales para cautivar las mentes vacías y llevarlas a los totalitarismos tan fracasados en la historia.
Por eso, tampoco sorprende leer en The Clinic al presidente de Evópoli declararse ateo y a favor del aborto libre. ¿De verdad? Pocos y pocas de los que proponen el aborto libre han presenciado el aborto de un bebé. Les haría bien ver cómo de a poco se despedaza al bebé, sin anestesia, mientras grita (“El Grito Silencioso”), brazo por brazo, una y después otra pierna, la cabecita pequeña, para finalmente ser botado al escusado. Claro, para lograr aceptar que esta escena (o similares que involucran succiones, ácidos salinos, fármacos peligrosos para la salud de la madre) se lleva a cabo, según la ONU, entre 40 a 50 millones de veces al año, es más fácil construir una ética subjetiva que rechaza a Dios y declara, contra toda evidencia científica, que el feto no es más que tejido, apéndice del cuerpo de la madre. Pero el amor a Dios y a la persona del bebé humano en desarrollo, hará que avisemos con horror que el aborto es la deshumanización absoluta, la muerte del ser humano.
Fue el cristianismo que en la historia persuadió a la sociedad greco-romana que ante el infanticidio, el aborto, la permisividad sexual, el ocultismo había un mejor camino: “Ama a Dios y haz lo que quieras”.
Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro