- Analista internacional
Según el gobierno turco, el ciudadano saudí Jamal Khashoggi fue torturado y asesinado en el consulado saudita en Estambul. La monarquía saudí responde que ignora lo ocurrido, pese a que abundante evidencia corrobora las imputaciones turcas.
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Rara vez la desaparición de un personaje público ha detonado semejante escándalo internacional. Khashoggi ganó notoriedad con entrevistas a su compatriota Osama bin Laden. En los 80 fue un entusiasta partidario de la yihad en Afganistán, la guerra santa contra los soviéticos. El gobierno saudí aportó más de cuatro mil millones de dólares a esta causa. Un monto similar fue desembolsado por Estados Unidos y vehiculado principalmente por la CIA. Khashoggi, un devoto islamista, militó en la Hermandad Musulmana, una organización confesional clandestina perseguida en la mayoría de los países árabes. Ello no le impidió, sin embargo, desempeñarse como asesor de poderosos príncipes saudíes. Finalmente, se radicó en Estados Unidos, donde colaboraba con el periódico The Washington Post que viene de publicar su última columna.
Su presunto asesinato es atribuido a un comando de los servicios de inteligencia saudíes. La interrogante es quién habría dado la orden de eliminarlo. En la mira destaca el hombre fuerte de Riad, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán. La intolerancia es un rasgo dominante del wahabismo, que es la versión del Islam imperante en Arabia Saudita. Su participación en el lanzamiento de la organización “Democracia para el Mundo Árabe Ahora” irritó al príncipe reinante. Las críticas de Khashoggi, demandando mayor apertura democrática, fueron interpretadas en el entorno del príncipe heredero como una campaña auspiciada por la CIA, para un eventual cambio de régimen que apuntase a una democracia de corte occidental.
Turquía, a su vez, está indignada por un crimen cometido en su territorio. Pero maneja su enojo con astucia. Así, ha ido soltando las evidencias a cuentagotas para incomodar a los saudíes y forzarlos a ciertas concesiones. Ankara exigiría una compensación financiera, así como el levantamiento del cerco económico tendido por Riad contra Catar.
Donald Trump, en tanto, ha zigzagueado. En un comienzo señaló que de comprobarse el crimen, los saudíes serían castigados. Ante lo cual Riad advirtió que replicará en forma ante cualquier sanción. A buen entendedor, pocas palabras: el reino reduciría su producción petrolera. Ello, en los momentos en que Estados Unidos comenzará a aplicar las sanciones a la venta del crudo iraní. Si disminuye la oferta petrolera los aumentos semanales de los combustibles, como los experimentados en Chile, podrían tornarse regulares. Pero en vez de subir algunos pesos, los saltos podrían ser mucho mayores. En sus últimas declaraciones, Trump señaló que la desaparición de Khashoggi podría ser la obra de “elementos descontrolados”. Así, el entuerto podría concluir con el castigo a los eslabones débiles de la cadena: los miembros “descontrolados” del comando asesino. Por esa vía se liberaría a la familia real de toda responsabilidad y los negocios petroleros y de armas seguirían como si nada. Es, en todo caso, una crisis en pleno desarrollo.
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