- Analista internacional
Los países desarrollan hipótesis de conflicto imaginando las circunstancias más adversas. Los militares hablan del “peor escenario”. Los estados que disponen de poderío nuclear califican estas armas como “de última instancia”. Tan desolador fue el panorama tras las descargas atómicas contra Japón que, pese a que se llegó a contar con más de sesenta mil ojivas, no volvieron a ser empleadas. La acumulación de todo tipo de armas nucleares llevó a una situación calificada de “overkill” (sobrecapacidad de exterminio). Ello dio pie al principio de la Destrucción Mutua Asegurada. Washington y Moscú sabían que en una guerra nuclear no habría vencedores.
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Hacia el final de la Guerra Fría, en 1987, los presidentes Ronald Reagan y Mijail Gorbachov llegaron a un acuerdo para reducir los misiles nucleares de mediano alcance, entre 500 y 5.500 kilómetros. Comenzaron por estos vectores porque eran los más peligrosos, en términos de desencadenar una guerra, pues dejaban muy poco tiempo de reacción: apenas diez minutos. Un lapso demasiado breve para verificar si se trataba de una situación accidental o deliberada.
Gorbachov sintetizó en forma cruda el dilema nuclear: “Aun cuando un país se empeñe en la continua fabricación de armas mientras el otro no hace nada, el bando que se está armando tampoco ganará nada. El más débil simplemente puede hacer estallar todas sus cargas nucleares, incluso en su propio territorio, y eso significará suicidio para él y muerte lenta para el enemigo. Es por eso que cualquier competencia por la superioridad es morderse la cola”.
A tal punto es cierto, que las superpotencias disponen de un mecanismo llamado la “mano muerta”. Es un sistema que incluso si los centros de mando y control de un país han sido destruidos, habrá una detonación automática del arsenal atómico. El presidente Vladimir Putin viene de reforzar la “mano muerta”: “Los agresores deben saber: la venganza es inevitable y serán destruidos”. En clásico tono autoinmolatorio ruso agregó: “Y nosotros, como víctimas de la agresión, iremos directo al cielo como mártires mientras ellos simplemente morirán”.
Washington acusa a Moscú de violar el tratado. Rusia, claro está, lo niega. Es algo que sólo pueden establecer observadores especializados. Es difícil saber si Donald Trump, al anunciar esta semana el fin del acuerdo de limitación de los misiles intermedios, pretende volver a fojas cero. O bien utiliza la amenaza, como suele hacerlo, como una carta de negociación. Si se trata de una postura definitiva, desatará una nueva carrera armamentista nuclear. Ello hará el mundo más inseguro y será un revés formidable para los esfuerzos de no proliferación nuclear. ¡Con qué moral las grandes potencias ampliarán sus arsenales atómicos mientras niegan ese derecho a otros! Los más nerviosos con este desarrollo son los europeos pues, de estallar un conflicto mundial, tienen grandes probabilidades de convertirse en el principal campo de batalla. Heiko Maas, ministro alemán de Relaciones Exteriores, defendió el tratado señalando que ha sido “un pilar importante de nuestra arquitectura europea de seguridad”. No sólo para Europa. La postura de Trump abre las compuertas de la proliferación nuclear.
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