- Profesor Clínica Jurídica Derecho UC
El mes pasado se concretaron los dos primeros viajes de personas haitianas que regresaron a su país en el marco del “Plan de Regreso Ordenado al País de Origen de Ciudadanos Extranjeros” impulsado por el Gobierno. Estos serían sólo los primeros retornos, ya que habría más de mil personas de Haití inscritas para irse de Chile, la mayoría de ellos por no haber encontrado las condiciones de vida que buscaban.
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Este plan del Gobierno ha generado varios debates, el primero de ellos acerca de la voluntariedad del retorno. Mientras algunos lo han calificado como una “deportación voluntaria”, las autoridades se han esmerado en afirmar que no hay deportación posible, ya que los que se acogen a la iniciativa concurren libremente a una notaría a suscribir sus peticiones.
Si bien debemos aceptar que el acto por el que los extranjeros se acogen a este plan y firman su solicitud de retorno no es un acto forzado, nuestro análisis debe ser más profundo. ¿Qué tan libre puede ser la decisión de quien se encuentra presionado por la necesidad económica, la falta de condiciones dignas de trabajo o la discriminación social? Si la decisión de volver al país del cual escaparon hace unos años responde a la conciencia del fracaso de un proyecto migratorio, ¿cuáles han sido los motivos de este fracaso?
Por otro lado, se ha debatido sobre si este plan apunta sólo a los haitianos o si aplica también a personas de otros países. Es cierto que está abierto a personas de todas las nacionalidades, pero no podemos negar que la iniciativa nació a raíz de la situación particular de la comunidad haitiana. Debemos preguntarnos entonces: ¿qué ha pasado con la comunidad haitiana en Chile que no ha podido ver cumplidas sus expectativas? ¿Por qué los haitianos han llegado a pedir el retorno a su país y no ha ocurrido lo mismo con otras comunidades extranjeras más numerosas? ¿Por qué la situación de los haitianos ha llegado a ser tan precaria en materia de vivienda y trabajo? No podemos echarles la culpa al idioma o al frío: muchos chilenos han migrado en las mismas condiciones a Suecia o Canadá y no han tenido que regresar. ¿Es casualidad que se trate de una comunidad afrodescendiente y proveniente de un país en crisis humanitaria?
La respuesta que demos a estas preguntas puede ayudarnos a entender otro problema: no ya el de los haitianos que han debido regresar a su país, sino uno nuestro, que como sociedad chilena no los hemos sabido acoger e integrar. Tal como las relaciones interpersonales se construyen de a dos, las relaciones sociales también dependen de los grupos que las conforman, por lo que no podemos desentendernos como chilenos de lo que está viviendo el colectivo haitiano. Si más de mil personas han decidido irse así de nuestro país, ¿no será que algo hicimos o dejamos de hacer nosotros para que esto ocurriera?
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