- Obispo anglicano y ex capellán protestante de La Moneda
Aparentemente, la ministra de Educación de Uruguay, María Julia Muñoz, habría expresado su preocupación por el avance de lo que ella denominaba “la plaga evangélica”. Ofendió a la población cristiana, produciéndose una demanda contra ella por parte de la bancada evangélica del parlamento uruguayo y una petición directa al presidente Tabaré Vázquez por su remoción, bajo los cargos de “tener una posición xenófoba y discriminadadora”.
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Lo realmente interesante de la intervención desafortunada de la ministra Muñoz, sin embargo, fue el motivo de su preocupación. Seguramente se refería en términos tan negativos a su muy rápida expansión en la nación laica. Describió este crecimiento: “Es un sector, para no decir plaga, que aumenta, y si me preocupa es porque no sabemos crear una utopía de hombre nuevo en siglo XXI y nos pisan los talones”. Con eso descubre justamente la razón del porqué están creciendo tanto los evangélicos en todo el continente.
Las utopías de derecha y de izquierda han prometido que surgiría un hombre nuevo (clásica jerga política de marxismo y del nazismo), pero esto jamás se ha materializado. Por lo contrario, las brechas económicas y sociales, la falta de trabajo, de vivienda y de salud, de seguridad y de paz ciudadana, parecen escalar cada día, en toda nación latina de derecha o de izquierda.
Ante el mensaje del Evangelio: “Si alguno está en Cristo nueva criatura es, las cosas viejas pasaron he aquí todas son hechas nuevas”, se ha producido una nueva migración hacia el Refugio de las Masas, como la denominara Cristián Lalive (1966), hacia la tangible transformación de las vidas en las iglesias evangélicas. Estos sí son “hombres nuevos” que dejan de golpear a sus mujeres, de tomar, de enviciarse, se rehabilitan de las adicciones y del crimen, comienzan a cuidar a sus hijos, “mujeres nuevas” que ponen todo su esfuerzo en formar familia y ser profesionales de excelencia.
Las iglesias evangélicas avanzan en Latinoamérica precisamente por la esperanza que le dan al latinoamericano desilusionado con la política, y que sí levantan a ese hombre nuevo, como atestiguan las cárceles de todo el continente.
Acabo de regresar de Colombia, donde participé de una congregación de 50 mil evangélicos que acaban de abrir una Iglesia entre ex miembros de las Farc. Como ella, hay decenas en el país vecino. Están cambiando la faz de una nación conocida antes por su narcotráfico y su guerrilla.
Aunque nunca es perfecto el testimonio de los evangélicos (¡ni de nadie!) sí se está logrando una transformación cristiana y social dondequiera que existe esta plaga benéfica. Y si esto se logra, ¡entonces que le pisen los talones a medio mundo!
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