- Analista internacional
Jair Bolsonaro asumirá la presidencia de Brasil el 1 de enero. Su gobierno marca la irrupción, en América Latina, del llamado populismo de extrema derecha. Aquel que proclama representar al conjunto de la ciudadanía contra las elites corruptas. Así, esta corriente política clava una pica en el mayor país de la región y nada menos que la octava economía del mundo. Claro, más impactante fue la victoria de Donald Trump, en Estados Unidos en 2016, que figura como el líder de la tendencia.
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En Europa el avance de la ultra derecha es constante. Un estudio en 31 países del Viejo Continente muestra la expansión de la marea fascistoide desde 1998. Entonces los extremistas de derecha capturaban alrededor del 7% de la votación. A partir de la crisis financiera del 2008 y la política de austeridad impuesta por la Comisión Europea han ganado terreno. Las restricciones económicas provocaron lo que algunos han llamado una “carnicería social”. Ello significa un número creciente de trabajadores engrosando las filas del “precariato”. Millones de jóvenes desempleados, extensión de los años de vida laboral y menores prestaciones de salud y de bienestar. Está claro quiénes fueron los beneficiarios políticos de los programas de “estabilidad”: en las últimas elecciones computadas a lo largo del continente uno de cada cuatro votó por algún partido de extrema derecha.
El discurso de las derechas fascistoides no reconoce fronteras. Más que una propuesta coherente es una ideología que apunta a las emociones. El principal motivador es el miedo. En algunos países es el rechazo a los inmigrantes (Europa, Estados Unidos) y en otros, la inseguridad ciudadana (Brasil, Filipinas). En todos los casos la narrativa xenófoba encuentra su chivo expiatorio. Entre ellos destacan, según los países, los musulmanes, los latinos, africanos o asiáticos. Siempre figura de manera prominente la lucha contra la corrupción y los privilegios de la elite. Trump promete acabar con “el pantano de Washington”, en tanto que Bolsonaro tiene en la mira al Partido de los Trabajadores.
Los movimientos nacionalistas de ultra derecha impulsan la polarización política. A menudo expresan sentimientos de supremacía racial o étnica. Así consiguen un sentido de identidad tribal que une en Estados Unidos a los “nativistas” o en Europa a las diversas vertientes ultra nacionalistas. Parte del éxito de los políticos emergentes de esta corriente radica en su narrativa de que no son parte del sistema y, como tales, son uno más del pueblo frente a las elites corruptas. En el caso de Trump y Bolsonaro destaca el uso de las redes sociales que son muy aptas para canalizar mensajes emocionales que no requieren pruebas de su autenticidad. Así el miedo y la rabia cobran fuerza a través de canales anónimos que viralizan los mensajes. Los más afectados por la polarización son las fuerzas políticas de centro, que acusan el impacto del auge de los extremos.
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