- Periodista especializado en cine, programador de Sanfic y comentarista en Radio Cooperativa.
Atreverse a hacer una continuación de un clásico tan entrañable y recordado como «Mary Poppins» era un desafío cuyo resultado pudo ser bochornoso, pero más de medio siglo después, «El regreso de Mary Poppins» puede convencer incluso a los más escépticos. El director es Rob Marshall, quien tras ser aplaudido en Broadway con su versión de «Cabaret» y en TV con «Annie», parece ser una de las pocas alternativas que Hollywood tiene en cuenta a la hora de adaptar conocidos musicales al cine; eso sí, aunque en «Chicago» acertó y triunfó en los Oscar, en «Nine» e «Into the Woods» su labor fue menos contundente, a pesar de ciertos logros puntuales.
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Este es el primer musical fílmico en que Marshall aborda una historia creada especialmente para la pantalla, aunque no hay que ser demasiado perspicaz para darse cuenta que el nuevo filme está muy inspirado en el original; no sólo por cómo la visualidad consigue recuperar el espíritu y la atmósfera de lo que se vio en 1964 (desde la dirección de arte, vestuario y fotografía hasta incluso las secuencias animadas), sino además por los guiños argumentales y una trama y desarrollo que a su manera puede considerarse una suerte de actualización de la primera película, como lo que muchos reprocharon en su momento al Episodio VII de «Star Wars».
Afortunadamente, esto no es una mera estrategia comercial que apela a la nostalgia. Hay un impecable trabajo de todo su equipo, y si quizá los números musicales no son muy memorables, de todos modos la partitura de Marc Shaiman es bella y efectiva; se nota un cariño por el legado del clásico y el elenco está muy bien afiatado: desde una eficaz Emily Blunt -que por supuesto no logra superar la sombra de la espléndida Julie Andrews y quizá tiene menos relevancia como personaje que ésta, pero de todos modos está muy bien- hasta la breve pero emotiva intervención de dos nonagenarias leyendas del cine en roles secundarios.
“Creed II: Defendiendo el legado”
Otra secuela que sin ser sobresaliente, funciona bien. Hace tres años la elogiada «Creed» revitalizó de manera sólida y emotiva la serie de películas de Rocky, y de paso terminó de catapultar tanto al director Ryan Coogler como a su protagonista Michael B. Jordan, quienes en 2018 volvieron a sorprender gratamente con «Pantera Negra». Esta continuación, octavo largometraje de la «saga», está dirigida por Steven Caple Jr. y Coogler sólo ejerce de productor; ahora se recupera otro hito de estas cintas, en esta ocasión el combate que en «Rocky IV» tuvo como poderoso contendor al soviético Ivan Drago. 33 años después, se toma como punto de partida la sed de revancha que Drago ha inculcado a su hijo Viktor, y que podría enfrentarlo a Creed, quien además debe preocuparse de sus propios problemas familiares, nuevamente contando con la guía de un envejecido y melancólico Rocky. No llega a la misma altura del filme anterior, pero de todos modos está bien filmada, aprovecha bien a sus actores, logra suspenso en las escenas en el ring y se engrandece nuevamente con la partitura del ascendente compositor sueco Ludwig Göransson.
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