- Obispo anglicano y ex capellán protestante de La Moneda
Dawkins no es ni filósofo ni teólogo y se nota. En su campo, la bioquímica, trae interesantes aportes con relación a la evolución genética. Pero en los terrenos de la filosofía y la bioética demuestra las serias falencias de uno que incurre en disciplinas que no conoce a cabalidad y de ellas habla con una autoridad que no se ha ganado. Sus propios colegas ateos de Oxford se han quejado del flaco favor que Dawkins hace al ateísmo y a la filosofía por su uso de argumentos simplistas (como el de “el Dios de los espacios”) y su aparente ignorancia de como la muerte del racionalismo como sistema y el surgimiento de la filosofía de la religión ya rinden poco serio postular la contradicción entre la ciencia y la fe. Su sin razón filosófica lo ha llevado a emitir abominables consejos éticos como a una madre en 2014: “Sería inmoral no abortar a un bebé Down”. No hubo nada innovador en su sugerencia aquí en Chile sobre manipular la genética de un hijo para hacer de él un gran pianista. Más de medio siglo antes de él, Hitler había jugado con el mismo concepto con intenciones eugenésicas para mejorar la raza.
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Escuchemos, preferentemente, otras voces de Oxford. John Lennox, por ejemplo, doctor en Filosofía de Ciencia, recuerda en su libro “¿Puede la ciencia explicarlo todo?” que los grandes precursores de la ciencia moderna, Kepler, Galileo, Newton, Einstein y tantos más, eran todos creyentes en Dios. La ciencia y la fe, para ellos, lejos de contradecirse se complementan e iluminan. Cuando Newton descubrió la ley de la gravedad, su reacción no fue :“Ah, he descubierto un área más que puedo explicar sin necesidad de postular un Dios”, sino: “¡Qué magnífico es Dios que me permite descubrir cómo Él opera!”.
En recientes debates (Craig y Hitchens DEP, 2017) se valida que es la ciencia misma ahora la que abre la puerta a la fe en Dios. El descubrimiento del Big Bang demuestra de tal manera improbable, como el mismo Dawkins admite, que todo lo que existe haya evolucionado por agencia del “relojero ciego” en tan sólo 13 y medio billones de años, que ahora la obligación de pruebas recae en el evolucionismo.
También de Oxford, el doctor en Teología Alistair MacGrath, encuentra tan absurdas las nociones del biólogo en “The God Delusion” (“El engaño de Dios”) que dijo verse obligado a rectificarlas en su “The Dawkins Delusion” (“El engaño de Dawkins”). Las mismas angustias existenciales y ateas de Sartre y Russell, que influyeron a miles en los años 50 y 60, paradójicamente llevaron a un resurgimiento de la fe en la investigación filosófica y la observación científica.
Hoy es racionalmente apropiado y aceptado postular que detrás de la delicadamente afinada máquina del universo y la vida, sí hay un Relojero Divino.
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